Bajo el signo de Capricornio
Se dice de los nacidos bajo la protección de Capricornio, a caballo entre los meses de diciembre y enero, que son gente de carácter secreto, obstinado y taciturno, como corresponde a los hijos del invierno. Difíciles de conocer, torpes y lentos en expresar sus sentimientos, ocultan su proustiano yo poético bajo protectoras capas de identidades periféricas, lo que les permite relacionarse en ámbitos muy diversos entregando únicamente escasísimas pertenencias de su más sensible personalidad interior. Capricornio es rugoso por fuera y tierno y sabroso por dentro, como los centollos. Dotado de ambición, sus objetivos no siempre resultan comprensibles en términos productivos, aunque entre sus filas se cuente un gran banquero, un famoso guardameta y aquel pragmático hombre de acción que fue el general Dayan.En el lenguaje astronómico, los capricornios son hijos del solsticio y parecen depositarios de cierto tipo de esperanza espiritual basada en el renacimiento de la luz. La estética de Capricornio alcanza su máxima expresión en las suntuosas heladas nocturnas del mes de enero. Junto a las esperanzas de amor y fortuna generosamente distribuidas por turno o a esgalla entre los demás signos del zodiaco, los horóscopos más habituales ofrecen a Capricornio una nada desdeñable longevidad. Que los capricornios son longevos quizá lo desmiente cualquier estadística. Pero los capricornios afirman, mesándose la suave barba caprina, que no todo queda recogido en las estadísticas. En el firmamento, Capricornio es una larga constelación de geometría simple y poderosa que viaja lentamente tras la aparatosa exhibición de Sagitario. Capricornio, en fin, ama a los gatos. Si hay algún capricornio que odie a los gatos, los gatos se acercan cautelosos a ese capricornio, fascinados por él.
Hay ciudades favorecidas por Capricornio, como Gante, cuna de Carlos I, un gran capricornio, o Mecklenburg, en Pomerania, y en general todos los centros administrativos, no me pregunten por qué. También se dice que hay alimentos preferidos por Capricornio, pero el capricornio que esto escribe come de todo y no se halla en condiciones de citar un menú capricornial. El metal del signo de Capricornio es el plomo. Ya se ha dicho cuáles son sus ciudades. Madrid, por ejemplo, a pesar de ser centro administrativo, no es capricornio. Madrid es Álvarez del Manzano. Pero esa alcaldía le pesa a Madrid como un capricornio, es decir, como una chapa de plomo. De poco consuelo sirve que la hierba tradicionalmente asociada a Capricornio sea la cicuta. Acaso sea el último y desesperado recurso de los capricornios en caso de que Álvarez del Manzano alcance la reelección. El autor cree moderadamente en los horóscopos. O no cree en absoluto. Se supone que el interés de estas líneas, en un periódico que, lamentablemente, no dispone de sección horoscópica, es permitir que, una vez al año, el horóscopo entre en las páginas de opinión.
El zodiaco y los valores del horóscopo han perdido algo de su antigua y temible reputación. Uno de los más grandes generales de la guerra de los Treinta Años, Wallenstein, antes de presentar batalla, consultaba a sus astrólogos, después de haber consultado a sus capitanes. En el ámbito diplomático, el dux de Venecia suspendía pactos o invertía alianzas influido por la interpretación de los astros, después de haber estudiado los informes de sus embajadores. Sin embargo, ni el arte militar de Wallenstein ni la diplomacia veneciana sufrieron merma por ello, antes al contrario, hallaron en los consejos de los astrólogos la alta confirmación de sus cualidades prácticas. Pero sería un error o una ingenuidad desconocer la influencia moderna del zodiaco tanto en jerarquías elevadas de decisión como en niveles más insignificantes de nuestro tiempo. La cautela y el misterio que rodea a los magos aconsejan no citar nombres famosos que habitualmente tienen cita en su sala de espera. Nancy Reagan, la influyente esposa del antiguo presidente americano, depositaba una gran confianza en las opiniones de sus astrólogos. En París se han conocido famosos magos regularmente consultados por las primeras personalidades del Estado. Hay quien dice, parafraseando a Clausewitz y a la Fórmula del Tratado, que la consulta al astrólogo es la continuación de la política por otros medios. En realidad, en el Estado moderno, el colegio de astrólogos ha sido reemplazado por el cuerpo de asesores, hombres cuyos consejos se hallan a medio camino entre la intuición y el conocimiento de causa. Sin embargo, y por poner un ejemplo, ¿es por ello más sutil la política del presidente Aznar respecto a Cuba que la del dux de Venecia con la Sublime Puerta? No. Bastaba con leer en los rostros ministeriales los días de la crisis para conocer la respuesta. El presidente no estuvo a la altura de los mejores hombres de su entorno, y eso no debiera suceder, y si sucede, no debiera notarse.
La política exterior ha sido tradicionalmente un terreno reservado al presidente. Y, sin embargo, por primera vez, la opinión pública ha barruntado que el presidente no estuvo a la altura de las circunstancias a ojos de su propio clan. Que ello pueda ser un lastre a la hora de entibiar la adhesión de sus propios votantes no hay manera horoscópica de predecirlo, si no es recurriendo a la matemática de las encuestas. Pero no hay duda de que un presidente que demuestra tan escasas y poco venecianas dotes en su política exterior, en una secuencia histórica en que el país ve su interés y su dignidad en ello, sólo puede inspirar la desconfianza y cosechar el desapego, estimando al presidente más capaz de asumir la gestión de un territorio autonómico sin litoral ni fronteras, donde las decisiones de política exterior quedarían reducidas a ínfimos conflictos sobre parcelas arables, al tuteo entre alcaldes y al intercambio de boinas arrojándolas a lo alto, todo ello más cercano a las características demostradas que a solventar las relaciones internacionales del país.
Pero vuelvo al tema central de estas líneas, que es el poco polémico asunto del zodiaco. La ingrata labor del astrólogo pocas veces se ve recompensada por los resultados. Si acierta, es porque el destino estaba escrito en los astros, y así su intervención es nimia, pero, si yerra, su cabeza está en juego. Otro tanto sucede con el cuerpo de asesores. Aun así, acertar cuando yerra el presidente es lo peor que le puede suceder a un asesor. Me salgo del horóscopo para citar a un personaje de Muerte entre las flores, aquella didáctica película de los hermanos Coen: "Si me equivoco, nunca me digas 'ya te lo dije", avisa el jefe al subordinado. Aquellos que en el Ministerio de Asuntos Exteriores se hallen bajo el signo de Capricornio no deben olvidar que su planeta es Saturno, dios sombrío. Él les protegerá de las tenaces expectativas de las mafias de Miami, que, como todas las mafias, viven al sol.
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