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Mururoa ya es chatarra

Francia desmantela la base donde ha hecho estallar 167 bombas atómicas

Enric González

El atolón de Mururoa se dispone a ganar la soledad y el olvido tras sufrir 167 explosiones atómicas durante los últimos treinta años. Concluido definitivamente el programa francés de ensayos nucleares, militares y técnicos derriban a toda prisa los edificios del pequeño islote polinésico y preparan la retirada. Casi la mitad de las instalaciones han sido ya desmontadas y se venden como chatarra. A partir de julio de 1998, sólo quedará un destacamento de 30 legionarios para vigilar posibles fugas radiactivas. Diez años más tarde, en 2008, desaparecerá toda presencia humana.El atolón del gran secreto (eso significa mururoa en maorí) ha albergado durante 30 años el Centro de Experimentaciones del Pacífico (CEP), la base de pruebas nucleares de Francia. En las tres décadas que van de 1966 a 1996 ha sufrido 167 explosiones, y otras 14 en el contiguo atolón de Fangataufa. Los primeros 41 ensayos fueron atmosféricos: la bomba era suspendida de un globo y estallaba en el aire, regando la zona de radiactividad. Además de exterminar a casi toda la fauna, las brutales pruebas atmosféricas contaminaron gravemente al menos a 61 obreros tahitianos o a sus descendientes. El nacimiento de niños sin ano o sin piel fue el siniestro epílogo de aquellos ensayos, que en 1970 merecieron una sentencia condenatoria del Tribunal Internacional de La Haya.

En febrero pasado, cuando se realizó el último de los seis ensayos nucleares con que Jacques Chirac hizo notar su llegada a la presidencia, Francia dio por definitivamente concluido su programa de explosiones. Y se abrió un gran interrogante: ¿qué hacer con Mururoa? Los 500 legionarios de la guarnición permanente y los centenares de científicos que preparaban y estudiaban las explosiones habían disfrutado de un club náutico y una cafetería junto a las aguas azulísimas de la laguna, y esa pequeña infraestructura había hecho volar la imaginación de los ejecutivos del Club Mediterrannée. Durante algunos meses se pensó seriamente en establecer en el atolón (un anillo de 60 kilómetros de perímetro y una anchura máxima de 1. 100 metros) un centro de vacaciones.

La idea del turismo, macabra hasta cierto punto dadas las grandes bolsas de radiactividad encerradas en el subsuelo, quedó descartada por razones económicas. Los legionarios podían navegar en sus tablas de surf y darse luego una ducha gracias a los 4.000 millones de francos (100.000 millones de pesetas) que el presupuesto francés destinaba cada año al CEP. Esa suma permitía afrontar, por ejemplo, los 2.500 millones de pesetas que costaba abastecer de agua potable el atolón, transportándola por barco desde islas situadas a más de mil kilómetros. Ninguna empresa privada está en condiciones de mantener una presencia humana constante en Mururoa, cuyos tres últimos habitantes indígenas, dos hombres y una mujer, desaparecieron en los años cuarenta.

"Vamos a demolerlo todo, no quedará rastro de nuestra presencia aquí", afirma el general Michel Boileau, el hombre encargado de desmantelar el CEP. Caen, ladrillo a ladrillo, el paseo de los Ingleses (avenida central), el Café de París (hangar de montaje), el paseo marítimo (barracones de la tropa) y demás enclaves de la base, en una operación limpieza que el Gobierno francés desea rapidísima. El Ministerio de Defensa quiere acabar pronto con su presencia en Mururoa, y, tras la formidable campaña de protestas antinucleares de 1995, quiere que el mundo lo sepa. Los trabajos de demolición se efectúan a un ritmo frenético.

Las grúas y las palas mecánicas, sin embargo, no podrán con el búnker desde el que el general Charles de Gaulle asistió a la primera explosión. Las paredes son demasiado gruesas. Tampoco podrán con los elementos radiactivos, enterrados en las paredes volcánicas o con el zócalo de basalto. Esa radiación quedará allí unos 250.000 años, prácticamente para siempre.

El 40% de las instalaciones está ya desmontado. Todo el material electrónico ha sido transportado a Tahití o la metrópoli, y lo que queda, hierro y hormigón, será vendido como chatarra o lanzado al fondo del mar. La maquinaria en buen uso se trasladará a otras islas como "donación". En julio de 1998, una breve ceremonia marcará la disolución del CEP y el abandono oficial del atolón del gran secreto. Permanecerá, sin embargo, una dotación de 30 legionarios, relevados cada dos meses, para vigilar los instrumentos de medición de la radiactividad y para impedir la visita de intrusos. El atolón tardará otros 10 años en recuperar su soledad. A partir del 2008, Mururoa sólo volverá a ser noticia si un maremoto rompe sus paredes y, como temen algunos científicos, el fondo del volcán apagado vomita la radiactividad acumulada en sus entrañas.

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