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Tribuna
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Vivir

Rosa Montero

Acabo de ver Emma, un filme menor pero agradable basado en una novela de Jane Austen: es una de esas películas de chicas que se dirigen a la adolescente un pelín cursi que todas las mujeres llevamos dentro. Fue mucho mejor, hace cosa de un año, la versión cinematográfica de Sentido y sensibilidad, otra obra de Austen. Cabría preguntarse por qué se ha puesto tan de moda esta escritora inglesa, nacida en 1775, que nos habla del tragicómico conflicto entre el corazón y la cabeza. En estos agitados finales de milenio tal vez necesitemos que alguien nos recuerde que el sentimiento existe.Jane Austen no es cursi, sino aguda, divertídisima, certera. Sus novelas, sobre todo Sentido y sensibilidad y Orgullo y prejuicio, son deliciosas. Por debajo de la lucidez y del sentido crítico late en ellas una inocencia irremediable: el afán de amar y ser amada, el romántico espejismo del galán perfecto y, sobre todo, una tórrida sensualidad, la intuición feliz de la carne gloriosa pues bien, esta escritora tan encendida de deseos, que tan bien sabía imaginar el fuego de la piel, murió a los 42 años, víctima de la tuberculosis, siendo soltera y virgen. Tanta capacidad de amar, tanta sensualidad, tanta pasión desperdiciada: ya se sabe que los prejuicios sociales han condenado a la frustración sexual a millones de mujeres. Jane era guapa y graciosa, pero se le debía de notar demasiado la inteligencia y los hombres abominaban de las mujeres sabias. Me pregunto qué pensaría de su vida al morir, si le compensarían, sus libros, que obtuvieron por entonces muy poco éxito, o si siempre lloró dentro de sí la ausencia del varón. Me pregunto cómo encaramos la nada los humanos, qué pesará más en la balanza de nuestro último momento, qué memoria final escogeremos: ¿un éxito profesional, los brazos de un amante, el tibio olor de un hijo?

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