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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Paz de año nuevo

LA ÚLTIMA y más larga guerra civil de América Central toca a su fin. El acuerdo de paz en Guatemala será firmado el próximo 29 de diciembre en la capital del país, como un verdadero regalo de Año Nuevo, al cabo de casi 40 años de combates que han costado 150.000 vidas, más de un millón de desplazados, y la más terrible ruina material y moral conocida en esa parte del mundo.El derechista Álvaro Arzú, elegido presidente en enero pasado, ha conseguido en sus negociaciones con la Unión Revolucionaria Nacional de Guatemala lo que parece casi un milagro retransmitido por etapas: en marzo, acuerdo de alto el fuego que está siendo respetado desde entonces; en septiembre, firma del compromiso para reducir en el plazo de un año los 45.000 efectivos del Ejército a 30.000 y el presupuesto de Defensa a una tercera parte en 1999; el pasado día 4, ratificación del alto el fuego en Oslo; tres días más tarde, en Estocolmo, firma de un acuerdo sobre reformas electorales; y ayer, en Madrid, la de un trascendental documento sobre la reintegración de los guerrilleros a la vida civil.

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El éxito de Arzú, acomodado hombre de negocios descendiente de españoles, se basa en una serie de acontecimientos y de habilidades. La extinción del fenómeno guerrillero-revolucionario en el resto de América Central y el acatamiento de los sandinistas al veredicto negativo de las urnas había dejado a los revolucionarios guatemaltecos como últimos exponentes de una larga batalla que podía darse por perdida.

En el frente interior, el presidente guatemalteco había mostrado a las pocas semanas de su asunción del cargo una energía y una fuerza de convicción nunca vistas con la destitución de 13 de los 23 generales en activo. Arzú había desplazado de un plumazo a los más significativos verdugos de los derechos humanos,, de la guerra sin limitación de humanidad a la guerrilla, y de la más nefasta corrupción económica. Con ello dio paso a una nueva generación de mandos intermedios, aparentemente comprometidos con la democracia y la edificación pacífica de un nuevo país.

Esa pacificación tiene uno de sus puntos nodales en la transformación del aparato guerrillero en partido político y la desmovilización de sus efectivos -unos 10.000 hombres- para su reinserción social, que se llevará a cabo fundamentalmente a través de programas de formación profesional. Ésa es la sustancia de lo firmado en Madrid. Pero todo ese plan de reconstrucción exigirá, según las primeras estimaciones, un desembolso de no menos de 3.000 millones de dólares, que deberán proceder en su mayor parte de la comunidad internacional. Tanto EE UU como la Unión Europea y, en general, los grandes organismos de cooperación mundial, han de responder generosamente porque ésta es la gran ocasión del país centroamericano para reescribir su historia.

En 1954, con el derrocamiento militar apoyado por Washington del presidente Jacobo Arbenz, que quería llevar a cabo una prudente reforma agraria, se sembró la simiente de una guerra civil constantemente alimentada después por el enfrentamiento Este-Oeste a partir de la filiación nominalmente marxista de los grupos guerrilleros.

Desaparecida la Unión Soviética, hoy no se explica ya la guerrilla en un contexto latinoamericano donde la democracia ha dado pasos de gigante en los últimos tiempos. Pero ha hecho falta la visión del presidente Arzú para emprender una nueva tarea. La reconstrucción moral es ahora: incluso más urgente que la propia reconstrucción material en un país en el que más del 60% de la población, de origen maya, ha sido hasta ahora objeto de explotación en bruto. Apenas han sido en su propio país poco más que gente, desde luego nunca ciudadanos con plenos derechos democráticos. Por todo ello, ahora, mucho más que terminar la guerra, lo que puede comenzar es una etapa desconocida en Guatemala.

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