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Agua de cometas

Unos detectores de alta tecnología embarcados en la nave Clementine permitieron a los científicos investigar, durante 71 días en 1994, la geología de la Luna, la distribución de las rocas y los tipos de suelo. El análisis de los datos preliminares ya apuntaba hace dos años la posible existencia de agua en forma de hielo en la cuenca Aiken, identificada entonces como el cráter de impacto más grande que se conoce en el Sistema Solar.

Los científicos, creen que el agua acumulada allí en forma de agua procedería de cometas que impactaron contra el satélite natural de la Tierra. La mayor parte del agua se evaporaría debido a las altas temperaturas diurnas o se rompería en sus constituyentes (oxígeno e hidrógeno). Sin embargo, parte de ella podría haberse conservado en el cráter Aiken porque el fondo está en sombra permanente con temperaturas extremadamente bajas.

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La Clementine, que después de la exploración lunar se perdió en el espacio debido al envío de una orden errónea y no pudo dirigirse al encuentro previsto del asteroide Geógrafos, pesaba sólo 225 kilos y llevaba una cámara visible ultravioleta con la que tomó dos millones de imágenes de la Luna. Con los avanzados sensores de la nave, diseñados para la Iniciativa de Defensa Estratégica o Guerra de las Galaxias, los científicos lograron la visión más global y detallada de la Luna.

El Pentágono ha explicado que la identificación del hielo en Aiken se logró mediante emisión de ondas radio desde la Clementine hacia el cráter. La señal rebotada de las ondas es diferente cuando choca contra rocas o contra la superficie helada lisa.

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