Autos como cuchillos
LA IMPRESIÓN que producen las actuaciones de algunos jueces y fiscales de la Audiencia Nacional, sus agarradas y cruces de autos, diligencias y escritos varios, es la que produciría un niño jugando con un revólver. Eso explica que su prestigio, su credibilidad como encarnación de una justicia neutral y desapasionada, sea actualmente comparable al de aquellos a los que por oficio investigan y juzgan. El poder judicial es producto de la civilización y nació como instancia imparcial e inapelable para evitar la venganza privada. La paradoja es que algunas sonadas iniciativas de determinados jueces y fiscales llevan el sello del personalismo más privado y la marca de la venganza. Al margen de quiénes sean los responsables, o los más responsables -los propios jueces y fiscales, los políticos que han favorecido su protagonismo o los medios de comunicación que han echado gasolina a la hoguera-, lo cierto es que la situación actual es bastante desoladora. Cualquier intento de detener esta deriva hacia la extravagancia en que nos encontramos pasa porque ciertas figuras estelares de la judicatura no se tomen tan en serio a sí mismos.Si se pone suficiente empeño, pueden encontrarse argumentos jurídicos, o con apariencia de tales, para defender cualquier decisión judicial. Pero lo que a simple vista parece descabellado suele serlo también jurídicamente. El fiscal general, con el apoyo de la Junta de Fiscales de Sala, ha desautorizado la pretensión del juez Gómez de Liaño, instructor del caso Lasa y Zabala, de citar a declarar al fiscal jefe de la Audiencia Nacional, José Aranda, en relación a la eventual ocultación de datos (la existencia de contactos extraprocesales entre el fiscal Gordillo y el abogado Íñigo Iruin). El argumento de la Junta es que "no es adecuado a la ley citar como testigo a quien ya es parte en el proceso".
El estupor que causó la noticia se vio agravado por el hecho de producirse un día después de que el fiscal jefe instase a Gómez de Liaño a no prolongar indefinidamente la instrucción. Y justo en el momento en que la Inspección proponía remitir al Supremo una actuación de la fiscal María Dolores Márquez -compañera del juez- por si pudiera haber incurrido en un delito de ocultación de pruebas.
El juez Gómez de Liaño dictó ayer un auto de 13 folios en el que justifica y mantiene su iniciativa. Sus argumentos podrán ser más o menos razonables, pero ¿no es algo exagerada esa grafomanía autejustificativa? ¿Verdaderamente era imprescindible llamar a declarar al fiscal jefe de la Audiencia una vez que el propio fiscal Gordillo había reconocido los contactos con Iruin? ¿Era realmente necesario tomar declaración al fiscal jefe a sabiendas del escándalo que semejante iniciativa iba a provocar? ¿O era precisamente ese escándalo lo que se buscaba?
La mención a la existencia de jueces (o fiscales) estrella molesta mucho a los aludidos, pero en algunos casos es inevitable. Fue el propio Aranda quien denunció públicamente la existencia de un grupo de fiscales de la Audiencia Nacional que actuaba como "un grupo de presión movido por intereses personales" y con tendencia a no respetar el principio constitucional de dependencia jerárquica. Es pública y notoria, de otro lado, la estrecha relación de ese grupo con algunos jueces de la misma Audiencia, así como la defensa cerrada que todas sus iniciativas encuentran en un determinado sector de los medios. Iniciativas, en algunos casos, meritorias, y en otros sólo extravagantes o llamativas, como la de dirigir la investigación del atentado contra Aznar hacia la negligencia policial (María Dolores Márquez) o plantear colectivamente una petición para que se investigasen los papeles de Laos (como quería ese sector de la prensa más amigo de las emociones fuertes que de la información).
En una conferencia reciente celebrada ante estudiantes de la Complutense, Gómez de Liaño pidió a los periodistas asistentes que le relegaran a la oscuridad y no convirtieran su intervención en noticia, y abogó porque los jueces vuelvan a un plano de discreción tras el protagonismo de los últimos tiempos. Es difícil no estar de acuerdo, pero parece necesario que para ello ciertos jueces y fiscales dejen de tomarse por los héroes siderales que les dicen ser y dejen de considerar que la verdad palpitante es más verdadera que la verdad a secas.
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