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¿Un euro a hurtadillas?

Xavier Vidal-Folch

Atención a lo que se cuece. Tras el Ecofin del lunes, el Pacto de Estabilidad para mantener el rigor presupuestario una vez lanzada la moneda única europea tiene una seria oportunidad de recibir el visto bueno de los quince líderes en su cumbre de Dublín, los días 13 y 14 de diciembre.La tiene porque la presidencia de turno lanzó un órdago al convocar una insólita reunión extraordinaria del Ecofin, fuera de su natural sede bruselense para la vigilia del Consejo Europeo. Según los arcanos del tempo comunitario, eso constituye una presión casi irresistible a los Gobiernos para que ahormen el acuerdo: si no lo alcanzan, Dublín será un fracaso. El ministro de Hacienda irlandés, Ruairi Quinn, se ha jugado toda la presidencia a una carta, pese a que la poderosa Alemania prefería el largo cerco a sus socios, dándose más plazo para convencerles de la línea de dureza sobre la cláusula eximente de las sanciones a los países del euro -los in- que desborden el techo máximo de déficit, 3% del PIB.

Pero el envite no es sólo político. El as que guarda Quinn es el fantasma de los mercados. Hoy están encandilados de optimismo. Descuentan la implantación de la moneda única y apuestan a que accederán a ella bastantes países. Se basan en la percepción de la voluntad política de los Quince de llevarla a cabo y en que EE UU la da ya por inevitable. Cierran los ojos ante las cosméticas presupuestarias. Pero nadie ignora la volatilidad de la mano invisible. La más nimia señal de defección en el unánime voluntarismo puede en cualquier momento provocar una saga de turbulencias, como en 1992 tras los referendos danés y francés. Irlanda ha puesto a Bonn, y a todos, ante el abismo.

Ante el día 12, prácticamente todos los obstáculos se han despejado. Así, el lunes se consensuó la escala de las multas a los incumplidores (desde el 0,2% del PIB, más dura de lo que pretendía el ministro español, Rodrigo Rato); su tope máximo (el 0,5%, contra el destope que postulaba Theo Waigel); la imputación del producto de las sanciones a la reducción de las contribuciones de los países in, en vez de ingresarlas., al presupuesto comunitario,(contra lo que quería la Comisión); el, examen de los déficit excesivos sólo según los datos oficiales de los Estados y no de los previsionales (lo que consolida la iniciativa de la Comisión, contra Bonn); los espinosos aspectos jurídicos...

Pero, todo queda pendiente de la cláusula eximente de sanciones. Sin consenso en ella, los otros acuerdos se derrumban como castillo de naipes. Y en ese asunto, el forcejeo será enorme. Alemania pretende que la eximente por "circunstancias excepcionales" se limite y tase a una brutal recesión del 1,5% (bajó desde el 2%), para que no se convierta en un coladero. La mayoría propugna una cláusula más suave que permita una interpretación caso por caso de la excepcionalidad en cada distinta coyuntura nacional: Francia es intransigente en la defensa de este principio. La solución belga de compromiso (recesión del 1,5% y horquilla evaluable entre el 0,5% y el 1,5%) se abre camino.

Sin Pacto de Estabilidad no habrá euro. Pocos dudan ya de sus ventajas: reducción de los costes de transacción. estabilidad monetaria, descenso de los tipos que permita un mayor crecimiento, elevación del euro a divisa de correferencia internacional. Pero sería ciego olvidar que el Pacto impone un corsé y un compromiso de eternidad, mediante un acuerdo que políticamente supone una severa reforma de Maastricht, aunque pueda forzarse su encaje jurídico en el Tratado. Se hará sin ratificación parlamentaria. ¿Se hurtará el pacto también al debate ' del Congreso?

Españia dobla la tasa europea de paro. Aunque el camino de rigor hacia el euro deba alumbrar un mayor crecimiento y por tanto brindar oportunidades para el empleo ¿acaso no puede implicar en lo inmediato un aumento del paro? ¿De qué alcance? ¿Cómo evitarlo?. ¿Cómo consolidar el principio del artículo 104-C-3 del Tratado según el cua hay que tratar de forma distinta a los déficit corrientes que a los derivados de la inversión? ¿Acaso no es ello decisivo para un país como el nuestro, con necesidades de in versión superiores a la media?

Otrosí. ¿Puede España endosar el Pacto de Estabilidad a palo seco, sin obtener perchas a las que agarrarse para garantizar la continuidad de la política de cohesión que acompañó a Maastricht como compensación a los esfuerzos asimétricos, más duros, exigidos a los países más débiles? Estas preguntas no son tecnicismos. Buscan aclarar cómo funcionará el matrimonio eterno del euro tras el noviazgo de la convergencia, si es que alcanzamos el himeneo. Alguien debería responderlas ante el Parlamento.

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