Castro se enroca
LEJOS DE mover pieza, Fidel Castro ha optado esta vez por romperla. La decisión de revocar el plácet ya concedido al nuevo embajador español, José Coderch, responde a un talante autoritario más propio de episodios de Tintín y los pícaros que de una diplomacia que busca integrarse en el mundo y hacer valer sus puntos de vista. Paradójicamente, no revela fortaleza, sino debilidad.Castro no ha acertado. Ni por la persona: Coderch, antiguo asesor del presidente Suárez, es un diplomático cuya profesionalidad no niega nadie. Ni por la razón esgrimida: las declaraciones realizadas por el nuevo embajador tras la concesión del plácet y antes del intercambio de tuteos, palabras y corbatas en Chile; el diplomático español manifestó, quizá poco oportunamente, que las puertas de la Embajada de España en La Habana estarían abiertas a la oposición. Ni por el momento: cuando la política cubana de Aznar estaba siendo objeto de numerosas críticas en España, y a la vez cuando los Quince se disponen a adoptar respecto a Cuba una posición común que suaviza de forma neta la propuesta española.
Puede que Castro y el castrismo se sientan más fuertes tras la condena iberoamericana a la ley Helms-Burton y por la apertura del Papa. Pero tampoco cabe olvidar que la cumbre de Chile suscribió un documento por el que todos los firmantes -Castro incluido- asumían un compromiso con el desarrollo democrático de sus respectivos países. En el fondo, la decisión de ayer indica la fragilidad de un régimen dictatorial incapaz de transformarse y que queda como un reducto del pasado en un mundo que cambia a toda marcha.
Hoy, de nuevo, es de temer que Castro aproveche el incidente con España para tomar mayores medidas represivas en la isla o reforzar las que ya existen. Su reacción, cargada del populismo que tan bien ha utilizado siempre, recuerda en parte los peores tiempos del aislamiento internacional del régimen de su querido Franco.
Pero hay que recordar que la corbata que hoy ahoga diplomáticamente al embajador Coderch es la que Aznar regaló ayer a Fidel Castro. Lo ocurrido viene a confirmar que la política cubana del Gobierno de Aznar no es la más adecuada -sino más bien la más torpe- para influir en el cambio hacia la democracia en Cuba, o para mantener una capacidad de interlocución con La Habana por parte de España. Un Gobierno tiene que defender ante todo los intereses de sus ciudadanos; hacer ideología corresponde más bien al partido que le sustenta. Dicen Aznar y los suyos que la política de concesiones de González no ha movido a Castro ni un milímetro en 13 años. Por tanto, hay que cambiar de registro. ¿Acaso ha conseguido algo Estados Unidos -un país algo más importante que España- con casi cuarenta años de acoso al régimen cubano?
España es uno de los países del mundo que más inversión privada tienen en Cuba, que más turistas envían a la isla y uno de sus máximos acreedores. Es en esta situación en la que nos vamos a quedar, por el momento, sin embajador. A pesar de todo, cabe esperar que la Unión Europea cierre filas en este terreno en torno a España, aunque no haya sido ésa su primera reacción.
A las puertas del 98, no es lo más acertado que España se vea arrastrada. a una nueva crisis cubana. Lo sensato sería que, tanto desde el Gobierno como desde la oposición, se mantuvieran la calma y el sentido de la mesura de que ayer hizo gala el titular de Asuntos Exteriores, Abel Matutes. Una escalada no favorece ni a España ni a los cubanos de a pie; sólo a la dictadura. En la medida de lo posible, todos los canales serán útiles para intentar reconstruir unos puentes hacia Cuba. Y reparar así el último error (hasta hoy): el de Castro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.