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El aislacionismo de EE UU frente a la ONU de Butros-Gali

Hay un debate abierto en el seno de la comunidad internacional, auspiciado por Madeleine Albright, embajadora de Estados Unidos en las Naciones Unidas, y que formalmente hace referencia a la posición norteamericana contraria a conceder un segundo mandato al actual secretario general de las Naciones Unidas, Butros Butros-Gali.Sobre esta cuestión, y coincidiendo con la reciente campaña electoral presidencial en Estados Unidos, se han dicho y escrito cosas extraordinarias, incluido el veto de la señora Albright en el Consejo de Seguridad si Butros-Gali insistía en ejercer su derecho a un segundo mandato como ha sido norma habitual de todos los secretarios generales de la ONU. U-Thant por Asia, Waldheim por Europa, Pérez de Cuéllar por América Latina, cumplieron dos mandatos de cinco años al frente de la ONU; es, pues, razonable que el actual titular exija el derecho a recibir el mismo trato en nombre de Africa.

¿Qué es lo que subyace en la actitud de la potente embajadora estadounidense? Aparte de razones de reconocida incompatibilidad entre los dos personajes -ambos se detestan cordialmente-, y dejando también de lado razones de interés personal, Butros-Gali -que ha hecho una buena gestión al frente de la institución en momentos especialmente difíciles- aspira legítimamente a revalidar la confianza para un segundo mandato. Éste le permitiría llevar a buen término el reto de apuntalar la reforma necesaria que impulsa Joseph Connor, un gestor americano venido del sector privado y nombrado en 1994 subsecretario para la Administración. Lo que subyace en el fondo de este rifirrafe es el papel que debe jugar la ONU en el futuro.

El debate sobre las Naciones Unidas fue una cabeza de turco perfecta en el reciente periodo electoral, en un país extremadamente celoso de su liderazgo mundial y, paradójicamente, aislacionista, y en un momento en que Clinton debía arrancar votos a Dole en su mismo territorio. No hay que olvidar que los republicanos tienen mayoría en el Congreso desde la derrota legislativa de 1994.

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Clinton, que llegó a la Casa Blanca en 1992 enarbolando la bandera de la cooperación multilateral para la resolución de los conflictos, se ha desplazado en estos cuatro años hacia las intervenciones unilaterales, más de acuerdo con la América profunda y de mayor rentabilidad electoral, como ha venido a demostrar la recientemente utilización de la fuerza contra Irak.

Pero razones electorales al margen, que finalizaron el día 5 de noviembre, ni Estados Unidos ni el resto del mundo pueden permitirse una política aislacionista americana ni con la peregrina excusa del presupuesto de la institución. Butros-Gali ha reducido 100 millones de dólares de gasto suprimiendo 1.000 puestos de trabajo, mientras EE UU debe 1.500 millones de dólares a la organización en contribuciones atrasadas, que es más que su presupuesto anual, cifrado en 1.400 millones de dólares, igual al de los bomberos de Tokio e inferior al Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia.

Washington no puede ni debe seguir irritando a sus aliados con decisiones como las sanciones unilaterales contra los socios económicos de Cuba, Irán y Libia y la reciente y contestada intervención en Irak, y ahora con su actitud contra Butros-Gali sin tener un candidato claro alternativo. No es políticamente hábil por parte de EE UU enfrentarse a China, Francia y Rusia, miembros permanentes del Consejo de Seguridad, ni a Canadá y México, sus socios en la NAFTA, ni a la Liga Árabe, ni a la Organización para la Unidad Africana, que agrupa a 54 países, como ha podido escuchar Warren Christopher por boca de Nelson Mandela en su reciente gira africana. Y además está la posición de la Unión Europea, dentro de la cual importantes miembros como la ya citada Francia, además de Bélgica, Alemania y España, desean una solución de compromiso. El ministro español Abel Matutes en su última comparecencia, ante la Comisión de Asuntos Exteriores calificó de buena la gestión del secretario general, recordando que corresponde a un país africano un segundo mandato, señalando que no hay unanimidad sobre otro candidato-a y reivindicando el principio ignaciano "En época de crisis, no hacer mudanzas".

Apuesto que se tratará de llegar a un consenso que permita recomponer el espíritu de las relaciones multilaterales, especialmente en una organización como las Naciones Unidas, que es de todos y a todos incumbe. Los alemanes han esbozado una solución de compromiso: nuevo mandato de dos o tres años en vez de cinco. Seguro que Butros-Gali y Clinton deben salvar la cara, pero los demás también tenemos que salvarla, y el carismático presidente demócrata debe apretar a sus dinosaurios, por algo es su último mandato y por algo ha ganado las elecciones. Estados Unidos y la ONU se necesitan.

Anna Balletbò es miembro de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso y de la Commission on Global Governance.

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