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TRAGEDIA EN LOS GRANDES LAGOS

Mobutu, el bombero pirómano

El dictador decano de África espera en la Costa Azul a que la intervención internacional impida que Zaire estalle

Juan Carlos Sanz

El 30 de junio de 1960, cuando el Congo Belga proclamó su independencia, el mariscal Mobutu Sese Seko Koko Ngbendu wa za Banga -o sea, el Todopoderoso Guerrero que, gracias a su Resistencia e Inflexible Voluntad de Vencer, irá de Conquista en Conquista dejando tras de sí una Estela de Fuego- dejó de ser el sargento mayor Joseph Desiré Mobutu de las antiguas tropas coloniales. Un mes más tarde protagonizó su primer levantamiento. Y cinco años después dio el golpe de Estado definitivo que le entronizó como le patron (el jefe) de Zaire. Investido con gafas de sol oscuras, gorro de piel de leopardo y bastón de mando tribal, también suele ser nombrado como "Timonel", "Redentor", "Mesías", "Guía y Padre de la Revolución" o, simplemente, "Él". A los 66 años, es hoy el decano de los dictadores africanos. Fronteras artificiales trazadas por encima de etnias y tribus. Éxodo de cientos de miles de refugiados al borde de la inanición. Los explosivos elementos que se agitan ahora en la coctelera de la región de los Grandes Lagos pueden estallar al oriente de Zaire. Un país cinco veces más extenso que España, aunque con casi la misma población (42 millones de habitantes, según estimaciones del Banco Mundial), y en cuyo subsuelo yacen algunas de las reservas minerales de cobre, cobalto y diamantes mas ricas del planeta amenaza con desmembrarse. Con más de 250 grupos tribales, cinco idiomas y decenas de dialectos, el vacío de poder se ha apoderado ya de Kinshasa, donde los estudiantes piden la cabeza del primer ministro, Kengo Wa Dondo, un político culpable de ser hijo de una tutsi ruandesa.Los rebeldes tutsis banyamulenges (de origen ruandés, aunque instalados en el este de Zaire desde hace generaciones) han derrotado -aliados con grupos de la oposición zairela y con el evidente apoyo del régimen tutsi de Ruanda- al Ejército regular de Mobutu y se han apoderado de las riberas del lago Kivu. Los refugiados hutus ruandeses huyen en desbandada sin auxilio de las organizaciones humanitarias. Aguardaban la llegada de una fuerza multinacional de paz, en la que habrá legionarios españoles. Pero si continúa la ofensiva tutsi hacia el interior de Zaire, los conflictos de Somalia o Liberia pueden quedar relegados a simples ensayos de la gran tragedia africana.

En sus declaraciones más recientes, publicadas el pasado fin de semana por Libération, Mobutu afirma desafiante: "Mientras yo viva no habrá ningún estallido en Zaire. La situación exige mi regreso [en unas semanas] a Kinshasa, para volver a tomar las riendas. Zaire me necesita". Parece esperar el momento para volver como salvador de la patria.

"Mobutu ha agitado el espectro de la guerra tribal para legitimarse en el poder, ahora juega a ser el bombero pirómano", advierte Mbuyi Kabunda, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Lubunbashi (sur de Zaire), hoy afincado en Madrid. "En medio del caos hay una lectura positiva. La acción de los banyamulenges puede contribuir a desencadenar la liberación del pueblo zaireño, que no ha podido sacudirse por sí mismo en los últimos 30 años el yugo de la dictadura de Mobutu", aventura Kabunda. Anmistía Internacional se ha hartado de denunciar las detenciones arbitrarias, torturas, secuestros y asesinatos de disidentes zaireños.

La guerra en Kivu ha puesto en fuga a las tropas zaireñas, muy a menudo equipadas con apenas taparrabos. A excepción de los 15.000 hombres de la División Especial Presidencial (DSP), un cuerpo de élite entrenado por Israel y que constituye una auténtica guardia pretoriana de Mobutu, en Zaire no hay Fuerzas Armadas. Y en medio del caos y la corrupción, el Estado tampoco existe. El mariscal convalece en su lujosa Villa del Mare, en Cap Martin, Costa Azul francesa, de la grave operación de próstata a la que fue sometido el pasado agosto en Suiza. Gran aticionaclo la lectura de bioagrafías -su favorita sigue siendo la de Napoleón-, el dictador descansa con vistas a Mónaco mientras la banca suiza vela por su fortuna personal, que ronda los 60.000 millones de pesetas. Sus propiedades se reparten por Bélgica, Francia, Suiza, España -en la Costa del Sol y en la urbanización Las Lomas, en Boadilla del Monte (Madrid), según informó el jueves el diario económico Cinco Días-, Portugal, Marruecos o Senegal. Sus yates fondean tanto en el Mediterráneo como en el río Congo.

Aguas arriba, a 1.500 kilómetros de Kinshasa, Gbadolite (provincia de Ecuador), la aldea natal del mariscal, emerge como un Versalles privado en medio de la jungla. Los corresponsales extranjeros que han logrado visitar el feudo de Mobutu describen un paraíso de champaña francés en copas de cristal de Bohemia, langosta servida en porcelana de Limoges y, por supuesto, fino chocolate belga. Custodiado por su guardia pretoriana -todos de su tribu bangala-, el mariscal tiene la costumbre de hacer venir hasta el aeródromo de Gbadolite un Concorde alquilado a Air France cada vez que emprende un viaje oficial al extranjero.

Tras hacer desaparecer al legendario primer ministro Patricio Lubumba, ideólogo de la independencia del Congo, y expulsar del poder al primer jefe de Estado del Congo, Joseph Kasavubu, el entonces comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, teniente general Mobutu, se presentó ante la comunidad internacional como el único capaz de poner orden en el caos. Ya han pasado 36 años y su país se acerca al abismo.

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El agente de la CIA Larry Devlin, jefe del espionaje norteamericano en el Congo durante los años sesenta, describió así al joven militar congoleño: "Aunque sólo tenía 29 años, ya parecía todo un líder africano. Era la mejor mente política sobre el terreno. Nosotros le necesitábamos y él nos necesitaba". Visto que el flamante primer ministro Lubumba volvía la vista con demasiada asiduidad hacia Moscú, Washington comenzó a afilar su espadón centroafricano. "Recibí instrucciones para que Lubumba desapareciese de escena", ha confesado el agente Devlin.

El sargento educado por los misioneros belgas se entregó más tarde a una política africanista de opereta, guiada por el retorno a las raíces tribales y la eliminación de todo vestigio colonial. Y mientras nacía Zaire y se enterraba el Congo, los ciudadanos gritaban "abacost!" (de á bas la costume!, ¡fuera los trajes!) para sustituir las americanas de corte occidental por las chaquetas de inspiración china. "He brindado a mi país y a mi pueblo grandes servicios. Me lo deben todo a mí", llegó a decir Mobutu.

Antigua cabeza de puente del mundo libre en África, Mobutu dejó de ser imprescindible para Occidente tras el fin de la guerra fría. Fue útil frente a los Gobiernos marxistas instalados en Luanda o Brazaville, pero luego quedó abandonado cada vez más a su propia suerte.

Las intervenciones militares extranjeras, especialmente las de Francia y Bélgica con el pretexto de proteger a sus súbditos, ya han salvado a Mobutu de crisis tan graves como las ocurridas en 1977 y 1978 en Shaba (antigua Katanga), en 1991 en Lubumbashi, e indirectamente en 1994 en Ruanda. "Si siguen las hostilidades, ¿qué va a hacer la fuerza multinacional? ¿Se limitará a interponerse?"', se pregunta el profesor Kabunda.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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