"Decían que nos matarían si volvíamos"
Consuolee Nyrinkwaya tiene 27 años, y, como muchos otros refugiados, sólo tiene una palabra en la boca: "¿Dónde puedo trabajar?". Acaba de cruzar la frontera junto a su marido y sus tres hijos. Confiesa que no ha pasado demasiada hambre: "Fue a partir del jueves cuando ya no hubo nada que comer". A la pregunta de por qué no regresó antes a Ruanda, responde: "Los interhamwe [las temibles milicias hutus que llenaron Ruanda de cadáveres en 1994] nos tenían amenazados. A los que confesábamos nuestro deseo de volver nos decían que nos perseguirían hasta donde fuéramos y nos matarían en Ruanda".Richard, un soldado ruandés, sólo acierta a decir: "Estoy contento. Este regreso de los refugiados significa la paz para mi país". Alplionse Sebahe, un zaireno de 38 años que se ha asomado a su chabola para ver la inacabable procesión humana, cree que ha sido "la lucha entre los banyamulenges y los interhamwe lo que ha permitido el regreso". De momento confiesa que está contento con los rebeldes tutsis zaireños que han expulsado al ejército de Mobutu, "una tropa de corruptos".
Galletas europeas
Junto al camino, los zaireños avispados ya han montado sus pequeños tenderetes con ayuda humanitaria a la venta. El más emprendedor ha troceado en pedazos minúsculos las galletas nutritivas de la Unión Europea: cada pedacito sólo cuesta 5.000 zaires (unas 20 pesetas).Mughawa Nimana, de 47 anos, su mujer y sus tres hijos pequeños salieron del campo de Kibumba, enclavado al norte de Goma, hace tres semanas, "huyendo de los combates". Bajaron a Mugunga y de allí siguieron a Sake, en la costa norte del lago Kivu. "Queríamos volver a Ruanda hace mucho tiempo, pero las familias estábamos amenazadas. Cada burgomaestre [alcalde] controlaba a los que eran de sus comunas, y sabían quién quería volver. Nos decían que si volvíamos seríamos perseguidos por el Gobierno tutsi".
Un joven admite que si ahora se atreve a volver es porque son muchos los que regresan. "Todos juntos nos sentimos más seguros. Así no tenemos miedo de que nos persigan". Se refiere al temor que inspira el nuevo Gobierno de Kigali, que en julio de 1994 derrotó al ejército hutu. No en vano, 80.000 sospechosos de haber tomado parte en el genocidio esperan todavía juicio en las saturadas prisiones ruandesas.
Adolphe, de 14 años, cabeza rapada y abrigado por una chaqueta gris de buen corte, está solo con su hermana, de ocho. "Nadie nos espera, pero Ruanda es mi país", dice en un francés tan inseguro como su propio porvenir.
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