Suma...y ¿sigue?
Cuando, en 1792, Luis XVI veía su vida pendiente de un hilo ante la Convención francesa, Robespierre trató de convencer a quienes la formaban de que aquellol no era un jicio. Si el monarca debía ser guillotinado, la razón estribada en que se trataba de una "medida de salud pública". Lo que los reunidos quizá no vieron en ese momento es que una doctrina como ésta condenada a horas extraordinarias a los métodos terapéuticos del Dr. Guillotin porque siempre la minoría estaría -cualquier minoría- amenazada por la aplición de la misma.La dermocracia nace de la naturaleza humana, pero es tamibén una creación de su capacidad de sofisticación. Nada más primitivo que la reacción que hace recaer el peso de la ley, sin atención a sus procedimientos, sobre el adversario político. Lo mínimo ante la decisión del Tribunal Supremo es el respeto, en este caso doblemente justificado por la exigencia de una vista previa y por el hecho de que el principal acusado -Damborenea- ha engañado mucho a muchos, incluido el PP. Lo lógico hubiera sido, además, partir de que no llamara a un ex presidente a declarar -como alguien ha dicho en el PP- era lo mejor para todos. Otros casos en los que el único testimonio de arrepentido ha servido para inculpar han acabado como bien se sabe. Nada, en fin, menos conservador que dudar del contenido de una decisión judicial por la politización, incluso ambiental, de quienes la han tomado. A base de pretender apoyarlos se les deteriora de forma irreversible.
Lo obvio ante el GAL debiera haber sido preguntar desde el primer momento no sólo sobre hechos, sino acerca de su moralidad (y vive Dios que fuimos pocos los que lo hicimos). La ausencia de respuestas ha producido una inmensa polución en la vida pública española, que suma incidencia tras incidencia y en la que de vez en cuando flota un cadáver. El último es el de un fiscal general del Estado que merecía confianza con sólo echar una ojeada a algunos de sus antecesores. En este caso, el exceso de explicación ha dado como resultado una sensación de implicación en lo que no debía. La "segunda transición" ha quedado, pues, reducida de momento a tan sólo Consejo del Poder Judicial.
Pese a todo esto, la reacción de PSOE constituye una de las más injustificadas alharacas que imaginarse puedan. ¿Qué derecho tienen de criticar al fiscal actual quienes pusieron en ese puesto a quien no reunía los requisitos debidos? Considerar que la decisión del Tribunal Supremo es una victoria total que en su día se extenderá a Barrionuevo constituye un caso de optimismo que gustaría compartir si tuviera alguna justificación en los indicios.
El pecado del PSOE, de quien asombra la inconsciencia, es pretender que la responsabilidad penal es preliminar a la política cuando se trata de cuestiones muy diferentes. La responsabilidad política no está reglada, sino que deriva de la práctica y de la cultura ciudadana. Se basa, en realidad, en una interpretación de las fotos de grupo radicalmente distinta de la habitual en la política española. "Quien se mueve no sale en la foto", suele ser la sentencia de sabifuría cachazuda en ella. En los países de tradición anglosajona aparecer en una foto que le identifique a uno con sucesos inaceptables de cualquier tipo basta para ausentarse de la política. Cuando los servicios secretos británicos no fueron capaces de descubrir la invasión de las Malvinas, el ministro correspondiente, lord Carrington, dimitió. En españa, la responsabilidad política sólo han sabido practicarla Suarez y, tras la derrota electoral, Carrillo y Fraga. González, en los úlitmos días, ha demostrado, por enésima vez, que a menudo está por encima de nuestra clase política. Su reacción ante los sucesos del Zaire y su petición de un acuerdo global sobre la financiación autonomica lo prueban. Pero estuvo en una foto inaceptable y no ha sabido sacar las consecuencia debidas, con grave perjuicio para todos. Si a la derecha periodística se le debe recordar en este momento a Robespierre, no vendría mal que el PSOE rememore a Chase a Chandler. En la recta final de la mejor novela negra norteamericana siempre existe un acontecimiento fortuito que castiga de forma sobreabundante al ya confiado delincuente.
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