Entre la bruma y el paraíso
Tiene sentido enunciar lo esencial de la -no vasta, pero intensa- obra de Marcel Carné encerrada entre los dos títulos que le convierten en un director insustituble en la historia del cine europeo: El muelle de las brumas y Les enfants du Paradis, dos títulos que casi son los dos polos entre los que oscila el cine francés desde los años treinta al vuelco estilístico que supuso la irrupción de los jóvenes cineastas de la Nueva Ola en los últimos años de la década de los cincuenta.Incluso estos entonces nuevos cineastas, que se definieron a sí mismos polémicamente contra el cine que llamaron con desprecio irónico de qualité, dominante en la producción francesa de donde surgió el estilo de Carné, le salvaron de la quema casi generalizada, acataron su elevación y situaron sus trabajos mejor conseguidos junto a los de los intocables Jacques Feyder y Jean Renoir, lo que dio lugar a una trinidad de maestros del cine francés posterior a ellos, de características entre sí muy diferentes, pero ligados como ramas a un tronco común. Carné es la rama en claroscuro de este triángulo de realizadores clásicos: un discípulo de Feyder que aspiró nada menos que a hablar de tú a tú a Renoir y, en esas sus dos citadas obras supremas, casi logró hacerlo. Sus casi diez años de ayudante de fotografía y posteriormente de dirección de Feyder son indicio suficiente de que Carné no sacó de una manga de prestidigitador la pasmosa exuberancia que mostró en la puesta en escena -una de las más complejas y brillantes de la historia- de Les enfants du Paradis (1943), pues tras esta explosión imaginativa están evidentemente la mano de Feyder y el mazazo de su genial La kermés heroica (1935). Y es fácil ver, con un giro de la mirada, que tras la austera negrura de El muelle de las brumas -donde surgió en 1938 el bellísimo misterio del rostro de Michéle Morgan y donde Jean Gabin alcanzó la plenitud de su desconcertante dureza de gesto, que en realidad era un prodigio de economía expresiva con raíces clavadas en las penumbras de esta formidable película- está la primera absorción por el cine europeo del sello negro del entonces en gestación thriller americano, creado allí por centroeuropeos exiliados y devuelto a Europa a través de, entre otros, el pulso de Carné, que es el rigor hecho cine, el pleno dominio de sí mismo por parte de un superdotado capaz de sujetar su tendencia al torrencialismo con la fuerza de contención de la elegancia y la precisión, sin parangón en el cine francés de aquellas difíciles décadas.
Babelia
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