Un héroe clásico
Hace unos años, al Centro Cultural de La Villa de Madrid vino Julio Bocca con un grupo del Ballet del Teatro Colón, y presentó, en formato de cámara, una suite de Don Quijote. Ahora, un número más amplio de bailarines y con un programa poco representativo, aunque con el tango estilizado, están en Madrid para dejar una impresión algo más redondeada de la tradición de ese gran teatro del Cono Sur. El ballet argentino posee, junto al cubano, las más depuradas tradiciones de danza clásica en Hispanoamérica, con ventaja de 25 años para los primeros en la gesta fundacional de su compañía.La plantilla en gira es joven e irregular, y el programa escogido no deja ver las posibilidades interpretativas de la tropa porteña (¡Con las amplias reservas y oferta de repertorio que tiene el Colón!). El aderezo principal, la salvación estética de gran altura la da, de lleno y en solitario, Maximiliano Guerra, un gran artista cuyo fuste y seriedad, le ponen en una selecta categoría donde llegan poquísimos bailarines. No es exagerado decir que Guerra está entre los mejores del mundo, y que es un lujo verle, disfrutar con su generosa danza. A eso, súmese su indiscutible capacidad para la bravura y su versatilidad, dando un sentido lírico y elegante al más duro virtuosismo.
Ballet del Teatro Colón
Suite porteña: Gustavo MollajoliVarios; Diana y Acteón: Cesare Pugni Agripina Vaganova; Bailando Honegger: Carlos Trunsky / A. Honegger; Don Quijote (Acto III): Petipa-Gorsky-Zarko Prebil /L. Minkus. Festivales de Otoño. Teatro de La Zarzuela, Madrid. 23 de octubre.
Combinado aéreo
El paso a dos Diana y Acteón (que el programa del festival atribuye erróneamente a Balanchine:. ¡Vaya chapuza!) es una de sus bazas más fuertes desde siempre. El combinado aéreo que usa (son dos en realidad: huesos durísismos de roer sobre las tablas) ya fue ensayado en los años 60 por el premiado Yuri Vladimirov -acompañado por su brillante esposa, Nina Sorókina, inolvidable Diana, en el Bolshoi y cuya explicación literaria y técnica ocuparía unas tres líneas, perteneciendo al apogeo de la escuela atlética moscovita (recuérdese a Lapauri, su aupador en la posguerra). En la coda, el salto de Maximiliano se hace poesía pura y el dibujo del acento roza a Bernini: debe recordarse, pues eso se ve poquísimas veces y es la parte misteriosa de la danza, a la que escapa a la crónica y cualquier análisis científico.Pero Maximiliano, que supera y calienta la exigente calistenia para convertirla en arte, no tuvo una partenaire a su altura, y aún así, su brillo sedujo y cortó la respiración más de una vez. Las muchachas del Colón de hoy no tienen el arrojo que ya demostraban de jóvenes Silvia Bazilis, Eleonora Cassano o la propia Raquel Rosetti, actual directora del conjunto. En suma, es el baile de Maxi una lección de respeto por la estructura académica (limpieza, terminación, balance, elevación) a la vez que avanza hacía una perfección musical, pues constantemente oye lo que baila.
, Hubo además unos tangos discretos y entonados de Mollajoli (los montó hace más de un lustro cuando dirigía el Colón), bien vestidos por el talento refinado de Renata Schnussheim y un anodino y cargante ballet de Trunsky. Cerró velada la versión de Don Quijote del yugoeslavo Zarko Prebil (Split, 1934), que ya hizo estragos en otras casas de ópera (Nápoles, Roma), apegada a la peor etapa del ballet soviético (cuando Tito lo mandó a la escuela coreográfica de Moscú); la puesta de Buenos Aires es la mejor que hizo, estrenada en el Colón en 1980 con Vassiliev y Maxímova nada menos, y es una pena que la dificultad de girar no permita ver el esplendor de los cuadros de Bordolini. El pas de deux en concepto más o menos Obújov, dió otra ocasión a Guerra para lucir su potencial y buen gusto, mientras su Kitri se empeñó en exhibir equilibrios a costa de olvidar la lectura de la coreografía y hasta el estilo. El público pidió bises y los bravos llenaron la sala.
Babelia
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