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41º FESTIVAL DE VALLADOLID

Carlo Lizzani reconstruye el proceso de creación de 'Roma, ciudad abierta'

Dos reconstrucciones históricas destacaron ayer en la Seminci. Una es Celuloide, donde Carlo Lizzani evoca de forma divertida y solvente el proceso fundacional del movimiento neorrealista italiano, durante la azarosa gestación de la película Roma, ciudad abierta en los meses finales de la II Guerra Mundial. La otra es Hamsun, filme danés dirigido por el sueco Jan Tröell, donde Max von Sydow recrea con enorme vigor la trágica vejez del escritor noruego, Premio Nobel en 1920, que acató la anexión de su país por Hider y, tras la derrota de éste, purgó su traición con el abandono hasta la muerte del país que le había venerado como a su patriarca.

El veterano cineasta Carlo Lizzani formó parte, entre 1941 y 1943, en la Roma sojuzgada por la ocupación del ejército nazi, del equipo de jóvenes redactores de la revista Crítica, donde se forjaron las teorías revolucionarias del futuro movimiento neorrealista. Conoce por tanto de primera mano lo que cuenta en la viva y emocionante Celuloide, que reconstruye la divertida serie de azares que desembocaron. en el rodaje de Roma, ciudad abierta, donde ese espíritu se materializó y provocó una de las más rotundas vueltas de tuerca del lenguaje cinematográfico.En la primavera de 1944 penetraron en Roma las avanzadillas del Ejército americano, batiendo en retirada a las tropas de ocupación de Hitler, que dejaron a sus espaldas una ciudad sombría, hambrienta y torturada, que a partir de entonces intentó con derroches de ingenio reanudar la vida. El joven director de películas Roberto Rossellini, como tantos otros romanos, se dispuso a reanudar su interrumpido oficio desde el instante en que se encontró casualmente a un amigo suyo escritor de películas, Sergio Amidei, al que pidió que escribiera una historia barata que poder rodar.

La inventiva de Amidei se reactivó y comenzó a engrasar los engranajes de su casi olvidado oficio. Poco a poco, el escritor esbozó las líneas maestras de un relato susceptible de ser filmado con mínimos gastos y en imágenes de celuloide viejo y pasado de fecha, único al que podían aspirar, pues las fábricas y laboratorios de la industria óptica romana estaban paralizados.

El anzuelo del sainete

Rossellini y Amidei embaucaron a un electricista para que robara corriente de un club de oficiales americanos; liaron a una dama de la aristocracia para que les pagara los gastos de preproducción; engañaron al productor Peppino Amato con el anzuelo de que iban a hacer un sainete, pues habían enrolado para protagonizar la película a Aldo Fabrizzi y Anna Magnani; compraron chistes a un muchacho de Rimini llamado Federico Fellini; Rossellini comenzó a localizar exteriores y renunció casi enteramente a decorados, lo que era tan nuevo en el cine como que Amidei llenara páginas y más páginas con tipos y con frases cazadas en tabernas, patios de vecindad y aceras; y de la pobreza comenzó así, azar tras azar, a forzarse una forma inédita de riqueza, un paso adelante sin retorno en la evolución de un arte.Celuloide simplifica muchas cosas, pero cumple una función impagable: convocar al espectador común a llenar una parte de la desmemoria del cine y combatir esa peste posmoderna que pretende hacer tabla rasa del pasado de un arte.

Si Celuloide es un relato reconfortante, Hamsun es todo lo contrario. La recreación de la trágica figura de este gran e infortunado escritor noruego que logra Sydow es tremenda e inolvidable, y contiene escenas tan poderosas como la del encuentro entre Hamsun y Hitler, enteramente sostenidas por el incomparable actor sueco, sin cuya presencia las casi tres horas de este denso filme se convertirían en casi tres tediosos siglos.

Harnsun es un gran escritor suicida, aunque muriese nonagenario en su cama. Su entrega al nazismo le enterró en vida y acabó con su talento. Murió en el más absoluto olvido, purgó su criminal estupidez. Pero ahora un generoso vecino suyo sueco le hace justicia: no le perdona el imperdonable apoyo que su debilidad proporcionó a los genocidas nazis, pero rescata con apabullante brillantez su incomparable aportación a la literatura contemporánea.

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