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Un giro contestatario

Los modistas indagan en lo moderno para conquistar a una clientela más joven

La cuestión Dior ha dominado la semana del prét-á-porter parisiense. No sólo en lo que respecta a la sucesión de la casa que lleva su nombre, sino también en lo referente a las ideas. El fantasma de Dior -el hombre que redefinió la silueta femenina, en 1947, estrechando la cintura- planea sobre la imaginación de muchos creadores que hubieran aceptado gustosos la oferta de suceder a Gianfranco Ferré al frente de la prestigiosa casa francesa.Lo que se ha confirmado en esta temporada fructífera es que el verdadero motor de la industria del lujo es la creatividad de los diseñadores, en cuyas filas se ha producido el cambio hacia un estilo contestatario. Los grandes popes de los noventa, independientemente de su edad -Lagerfeld tiene 58 años y Westwood 52-, son rebeldes irreductibles que se divierten transgrediendo el concepto de elegancia, lo que cambiará el lenguaje de la ropa en las calles, y sobre todo en los salones, cuando sus mensajes sean digeridos por el gran público.

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Superposición de prendas

El impresionante desfile de John Galliano con su propio nombre, basado en el circo, convirtió la pasarela en un espectáculo mágico tanto con los poéticos vestidos largos de voile, bordados y adornados con plumas, como en una serie de cuero pintado con motivos circenses para cazadoras y pantalones. Pero sus mezclas de sugerencias efervescentes no lograron el mismo resultado en su trabajo para Givenchy, una colección inspirada en los vestidos Imperio que no llegó a definir un punto de vista claro y coherente para la nueva clienta de la marca.

Cuando Galliano se estrene en Dior con la colección de alta costura, el próximo diciembre -coincidiendo con el cincuentenario de la fundación de la casa-, tendrá que medirse con el director creativo y artístico de Chanel, el fructífero y mediático Karl Lagerfeld, la gran bestia negra de la costura, que sigue de mostrando cada año una capacidad ilimitada de multiplicar sus visiones sobre la mujer. En su desfile para Chanel colocó a sus chicas sobre una cinta corredera luciendo los símbolos de la casa, que sabe explotar con irreverencia, como collares de perlas estampados en trajes de baño negros. Su inteligencia para interpretar la modernidad de una forma joven y comercial es arrasadora.

"Cuando yo comencé, los jóvenes éramos considerados una mierda", afirma Lagerfeld. "Hoy para ser políticamente correcto hay que demostrar un interés exagerado por la juventud, y eso puede ser nefasto para ellos. Luchar contra las dificultades es mucho más instructivo que llegar a toda prisa. Yo creo que es peligroso: te pueden cortar la cabeza".Vivienne Westwood, por su parte, hizo una exhibición fastuosa de lo que hubiera podido llegar a conseguir en la casa Dior. De hecho, ella misma llegó a insinuar su deseo de tomar el timón vacante como directora creativa. Puso en escena su colección bajo el signo de la manzana prohibida, una ironía sobre los roles femeninos que culminó con un vestido de novia de satén blanco, presentado por una modelo con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda. Con gran sentido del humor construyó una de las mejores colecciones de la temporada, que contó con la participación en el show de Jerry Hall. Hubo alegres vestidos de verano de cuadros con ligueros y bragas a juego, suntuosos vestidos de noche cortados al bies, peinados dieciochescos, suaves estampados de frutas, y magníficos trajes de chaqueta, que son el sello de la casa.

El japonés Yohji Yamamoto presentó su colección en el gran anfiteatro de la Sorbona. También inspirado por Dior, rindió un homenaje al new look con trajes de chaqueta de tejidos delicados y armados en las caderas para darles volumen. Sombreros gigantescos y paraguas componían una silueta impresionante, emocionante, como la sombra que ha proyectado el legendario costurero francés sobre las pasarelas esta temporada. Pero Yamamoto hizo una revisión de toda la historia de la costura y el sentido de la elegancia occidentales, ironizando también sobre el famoso tailleur de tweed de Coco Chanel.

Jean-Paul Gaultier, que también pretendía ocupar la dirección de Dior, hizo una colección contra el estilo impecable. Perfectos trajes de chaqueta de raya diplomática por delante se abrían por detrás con una cremallera y dejaban al descubierto sostenes, bragas y medias. Su espectáculo fue una suerte de striptease en el que todas las prendas se abrían por la espalda, una mezcla de lo masculino y lo femenino, la estética callejera y la costura. El sabe cómo hacer coherente todo lo que mezcla. Gaultier, como todos los grandes diseñadores, no vende sólo prendas, sino ideas, y las suyas se oponen a los estrechos márgenes del llamado buen gusto.

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