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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Y ahora, Hebrón

LO QUE no le podrá negar nadie a Benjamín Netanyahu es coherencia. Basó su campaña electoral en una diferencia básica entre su entendimiento del proceso de paz y la versión del precedente Gobierno laborista: en lugar de paz por territorios, ofrecía paz por paz, es decir, el fin de los atentados a cambio de dejar al pueblo palestino que hiciera su vida en los miniterritorios sobre los que ya estaba establecida una miniautonomía. Y es fiel a su palabra. Ha regresado de la cumbre de Washington sin haber hecho la menor concesión al rais palestino, Yasir Arafat.Pero en cierto modo todos han hecho su avío esta semana en la reunión de la capital de Estados Unidos, a pesar de que no haya servido más que para poner unos puntos suspensivos a la violencia que ha sacudido los territorios ocupados.

El presidente norteamericano, Bill Clinton, que era quien convocaba, ha aparecido preocupado y realista al reconocer que el camino es largo y la ruta penosa, ha oficiado de honrado componedor, amigo de ambas partes, a unas semanas de las elecciones a la Casa Blanca, y si los grandes actores del drama palestino no han llegado a más, no habrá sido, parece decirnos, por falta de dedicación por su parte.

Netanyahu. no sólo ha cumplido su palabra -la de que no cerraría el túnel bajo la explanada de la mezquita de Al Aqsa, que fue el detonante del derramamiento de sangre de la semana pasada-, sino que ha logrado llevar la negociación a su terreno: el domingo se reanudan las conversaciones sobre nuevas modalidades para la eventual retirada israelí de Hebrón; es decir, que una evacuación militar que ya había pactado el anterior Gobierno laborista y que debía haberse completado en marzo va a renegociarse siete meses después, ignorando todo lo acordado.

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Yasir Arafat, que últimamente llevaba muy mal la parálisis del proceso de paz, dora de nuevo sus blasones con la resistencia que su policía opuso a las fuerzas israelíes cuando éstas reprimieron con fuego real la postrer Intifada de piedras y palos del pueblo palestino. El rey Hussein de Jordania, casi un convidado de piedra, pudo exhortar al entendimiento, condenando la violencia viniera de don de viniese. Y hasta el presidente Mubarak de Egipto, que se negó a asistir, se ha beneficiado de la ausencia, puesto que ésta ha sido vista en el mundo árabe como un gesto de soberanía ante Washington y de hastío ante Jerusalén, por la previsible inutilidad de su viaje.

Todos los presentes justificaron su gira norteamericana, menos uno: la Unión Europea, a la que se mantuvo deliberadamente al margen por voluntad de Israel y Estados Unidos, y cuyo mensaje de apoyo a Arafat no fue visiblemente de gran peso en la cumbre de Washington.

Pero tanta comodidad universal es, necesariamente, de corta vida. El horror de la situación sobre el terreno sigue su curso, y aunque la violencia haya cedido en las cifras cotidianas de la muerte, nadie se llama a engaño: la Intifada palestina busca el reposo de una tregua, pero está siempre pronta a dispararse, y sería ingenuo suponer que le van a faltar ocasiones.

Todo no se ha perdido, sin embargo, y el desastre de esta última fase del proceso aún llamado de paz puede verse aliviado si se reanuda la marcha hacia algún sitio. Aunque Netanyahu haya logrado llevar a su terreno las conversaciones sobre Hebrón, es posible que el jefe de Gobierno israelí aspire fundamentalmente a salvar la cara; o lo que es igual, a cambiar los términos del acuerdo, pero a consentir que, a fin de cuentas, haya retirada, satisfaciendo las peticiones de Arafat para que éste pueda mostrar algún progreso a un pueblo que hoy le aclama, pero cuya paciencia ha sido duramente probada una y mil veces.

En ese caso, aun sin que Netanyahu haga suyas explícitamente las promesas contenidas en los acuerdos de Oslo, el proceso de paz volvería a estar en marcha. Y es ahí donde la presión norteamericana debería ejercerse, aunque Clinton no quiera problemas con Israel en estas vísperas de noviembre. A todos los que temen en la comunidad internacional, y cada día son más, que ya no hay proceso de paz digno de tal nombre, un acuerdo sobre Hebrón sería un modesto pero estimable mentís. La paz en Oriente Próximo vive un momento de tan extrema debilidad que cualquier buena noticia, por limitada que sea, puede hacer mucho por devolvernos la esperanza.

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