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FERIA DE OTOÑO

Horribilis

Fue el colofón de un anno horribilis, a la manera del que dijo haber sufrido su majestad británica. Año de toros inválidos aborregados y de pegapases pinchauvas. Año de público triunfalista y aplaudidor, que es otro de los aspectos horribilis de la fiesta.Venía Curro. Llegó, vio y horrorizó. Ese Curro contradictorio, incierto y náufrago de su propia causa. Ese Curro mechador de carnes bóvidas, por la parte del cuello se quiere decir.

Arrumbó Julio Aparicio, tiempo ausente, y le afloró la vena geómetra: se puso a tirar líneas.

Ascendió a matador Uceda Leal, se enfrascó en un interminable alarde de pinturerías y exquisiteces acabó empalagando al personal -incluído el triunfalista y aplaudidor- y perdió la oportunidad de salir por la puerta grande que, en definitiva, a lo mejor era la oportunidad de su vida.

Núñez / Romero, Aparicio, Uceda

Toros de Joaquín Núñez, sin trapío, inválidos y aborregados excepto 4º y 5º.Curro Romero: estocada corta pescuecera (silencio); dos pinchazos, otro hondo pescuecero, rueda de peones, metisaca, golletazo y cuatro descabellos (bronca). Julio Aparicio: estocada trasera baja (silencio); media trasera (bronca). Uceda Leal, que tomó la alternativa: pinchazo bajo, media ladeada y rueda de peones (ovación y salida al tercio); estocada (ovación y salida al tercio). Plaza de Las Ventas, 3 de octubre. 3 a corrida de feria. Cerca del lleno.

Más información
Un picador y un peón de Aparicio, sancionados

Saltaron a la arena los toros y se sospecha que quizá no fueran tales toros. Novillos y gracias. Novillos, además, claudicantes y amodorrados. ¿Un lagarto sesteando al sol? Esa imagen daba el primer novillo-toro o toro-novillo de Julio Aparicio.

Por qué se caen los toros y deambulan crepusculares al aire que les permita el derechazo, es un misterio que no ha revelado la ciencia, seguramente porque no le da la gana. Tampoco lo investiga la autoridad, por el mismo motivo.

Uceda Leal, al primero de los suyos, de pastueño temperamento, lo lanceó por verónicas suaves de manos bajas, y en la faena de muleta sacó algunos pases de impecable factura. El torero se ponía de dulce pero cuando añadía al ademán ligazón, se notaba: las suertes le salían bellísimas, la afición reaccionaba con alboroto coreando el ióle!

La esperanza se cifraba en que le saliera al toricantano otro toro bueno y pudiera redondear lo que en el de la ceremonia no había pasado de bonitos detalles. Le salió. El toro último de la tarde horribilis era un pedazo de pan. Y lo toreó sin ligar ni profundizar. Los aficionados se lo avisaban: "Que no es así". Y él, terne: meter el pico, perder un paso, algunos muletazos cadenciosos en la forma, vacíos en el fondo. Y, a todo esto, la puerta grande, abierta de par en par...

Un novillo-toro o toro-novillo inválido con vocación de lagarto como el tercero, un torero no lo podía torear y Julio Aparicio no lo toreó. Un toro tan bien puesto y enterizo como el quinto, sí lo podía -y debía- torear un torero.

El toro quinto derribó con estrépito, le pegaron dos varas y el picador, por su cuenta, le metió de propina otras tres, sin reparo de que ya se había cambiado el tercio. Aparicio se lavó las manos -ahí me las den todas- y se marchó al burladero dejando que el verdugo acabara de descuartizar a la víctima. El horror se amagalmaba con la repugnancia, no se podría precisar en qué proporción. La víctima descuartizada se quería morir y Aparicio hizo que hacía. Y el público -se incluye el triunfalista y aplaudidor- le abroncó.

¿Es torero Curro Romero? Torero y maestro. Luego Curro Romero no podría, ni debería torear al inválido amodorrado con pinta de drogadicto que le sacaron en primer lugar. El cuarto ya hacía toro, de los que embisten. Y Curro, que entró varias veces a la verónica sin demasiados ajustes, se hizo presente con afán lidiador.

"El espíritu está presto mas la carne es débil", sentenció un personaje chespiriano (perdón, pero uno pronuncia así de bien la lengua de Sheakespeare y de su majestad británica). De manera que allá rebullía Curro; una intentona y una frustración, un anhelo y una congoja, un dejadme solo y un ay mi madre, un vente toro y un pies para que os quiero.

Y montó Curro la espada, y la blandió con mañas de carnicero. Y las estocadas caían donde quisiera Dios, y tundían la tabla del cuello del animal. Y la sangre le rebozaba la mitad de su anatomía. Y el maestro perpetró finalmente un infamante golletazo.

Y alguien iba a vomitar; y si la gente no salió corriendo horrorizada fue porque la entrada la había costado muchos duros. Y qué más daba ya, después de haber estado desde marzo acá siendo testigos -¿acaso cómplices?- de una temporada horripilante montada a base de toros inválidos aborregados con los que triunfaban los pegapases pinchauvas.

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