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CONFLICTO EN PALESTINA

Una cumbre con trasfondo electoral

A cinco semanas de las elecciones de Estados Unidos, Bill Clinton tendría que estar haciendo campaña electoral y preparando el primer debate con el candidato republicano, Bob Dole, que se celebrará el domingo, en lugar de actuar como árbitro de una crisis tan complicada como la de Oriente Próximo. El fracaso de una cumbre que no tenía más remedio que convocar le costará caro, porque Dole, que ayer se entrevistó con el primer ministro israelí, no desaprovechará la ocasión para desacreditar la política exterior de la Casa Blanca. Al mismo tiempo, el riesgo que corre Clinton le puede ser políticamente muy rentable si la cumbre sale bien, porque afianza su imagen de estadista.El presidente norteamericano juega una complicada partida con Benjamín Netanyahu, Yasir Arafat y Bob Dole. Netanyahu conoce bien la política de EE UU y sabe cómo presionar a un presidente que cuenta con el voto y las aportaciones de la comunidad judía. Arafat puede hacer concesiones a Clinton, pero exigirá ser compensado. Y Dole está al acecho de cualquier resbalón para atacar, al tiempo que procura poner nervioso a Clinton y cortejar el voto judío con su entrevista con Netanyahu. -con la que el primer ministro israelí devuelve a Clinton su apoyo a Peres en las elecciones de mayo- y con declaraciones como ésta: "No debemos pedir a nuestros amigos de Israel que hagan concesiones a cambio de que se restablezca el orden".

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Frente a la presión de Netanyahu, Clinton jugará con la necesidad de Israel de no deteriorar la relación con EE UU y con las estadísticas que indican que el presidente norteamericano es mucho más popular que el primer ministro entre los israelíes. Con Arafat, la situación es: si ha venido a Washington es para obtener algo que equilibre las decenas de muertos de los últimos días y refuerce su autoridad ante la amenaza de una nueva Intifada. En cuanto a Dole, el éxito de la cumbre sería su fracaso, y a la inversa, con lo que su posición es delicada y no exenta del riesgo de enfadar al electorado por romper, como en la crisis de Irak, la regla no escrita de mantener un frente unido en política exterior.

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