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El dulce veranillo de San Miguel

El Gobierno de Aznar recuperó la semana pasada la iniciativa política y se apuntó un triple éxito en su briosa ofensiva diplomática: la aprobación del nuevo modelo de financiación autonómica por el Consejo de Política Fiscal y Financiera, el acuerdo de principio con Convergència i Unió y Coalición Canaria sobre los Presupuestos Generales de Estado para 1997 y el pacto con UGT y CCOO sobre 1 reforma de las pensiones. La dulzura de este veranillo político de San Miguel y el ambiente no menos cálido del congreso regional del PP en Mérida tal vez ayuden a explica la regresión infantil sufrida por el vicepresidente primer del Gobierno al trivializar el sangriento drama de los GAL con un chiste colegial sobre el terrorismo de bodeguilla; as como los niños son educados por sus padres y maestro para retener las heces, así los políticos deberían ser enseña dos por sus electores a controlar las propensiones escatológicas.El pacto suscrito a comienzos de la legislatura entre Aznar y Pujol hacía inevitable y daba por descontada la instrumentación de los acuerdos de carácter autonómico y presupuestario. Cualquier otra posibilidad estaba políticamente excluida: la dependencia del Gobierno del PP respecto a los 16 escaños de CiU y la prohibición constitucional de disolver las Cámaras hasta un año después de su elección hubiesen metido de otra forma a la vida parlamentaria en un callejón sin salida. La única novedad ha sido la humillante defenestración de Vidal-Quadras, despedido como un criado infiel de la presidencia regional del PP por seguir manteniendo las mismas tesis críticas sobre la política lingüística de la Generalitat y el catalanismo que habían servido de señas de identidad electorales a los populares; la pretensión de que el acuerdo de gobierno entre Aznar y Pujol implique para el PP la obligación de silenciar su nacionalismo españolista y para CiU el derecho de reivindicar su nacionalismo catalanista resulta demasiado asimétrica en el marco de un sistema democrático.

El tercer acuerdo -sobre pensiones- aporta al panorama político una importante novedad: dejando a un lado el análisis de los contenidos de esa reforma, el éxito del Gobierno de Aznar en su negociación con los sindicatos y las paralelas reticencias de la CEOE ante ese entendimiento con UGT y CC 00 marcan el grado de autonomía del PP respecto a la patronal. Esa forma de comportamiento obedece a las pautas propias del partido catch-all ("atrápalo-todo") teorizado por Otto Kirchheimer; a diferencia de los partidos de masas de carácter clasista o confesional, ese tipo de organización política difumina sus componentes ideológicos para conseguir una irradiación social más amplia, desvaloriza el papel de los militantes para robustecer la imagen del líder, sacrifica la especialización en reivindicaciones sectoriales para abarcar electoralmente a toda la población y renuncia a servir de correa de transmisión a sindicatos o patronales para establecer relaciones multidireccionales con todos los grupos de presión.

La experiencia democrática española ha verificado la teoría de la autonomía de los partidos respecto a los grupos de interés y la ha enriquecido con un corolario: el rechazo de los sindicatos y la patronal a los partidos que les son afines por razones ideológicas o clasistas cuando alcanzan el Gobierno. Si la UCI) de Adolfo Suárez tuvo la enemiga jurada de la patronal, el PSOE de Felipe González fue combatido por las centrales (incluida la UGT socialista) y soportó tres huelgas generales. Posiblemente el PP de Aznar haya escarmentado en cabeza ajena y se esté preparando para recibir la despechada reacción de Cuevas ante el acuerdo sobre pensiones que el Gobierno y los sindicatos acaban de suscribir al amparo de este cálido, dulce y breve veranillo septembrino de San Miguel.

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