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La guerra devolvió Afganistan a la Edad Media

Líderes de los distintos grupos islámicos han demostrado ser vulgares señores de la guerra más preocupados por salvaguardar su poder que por poner punto y final al horror

Las míticas rutas utilizadas por los jóvenes hippies y contestatarios de los años sesenta en la búsqueda del paraíso soñado están hoy obstruidas por la guerra, la muerte y la devastación. Distintos grupos islámicos cuyos jefes se odian a muerte celebran diariamente una orgía de" sangre y utilizan a la población afgana como escudo y diana. Los que fueron llamados por Estados Unidos freedom fighters (luchadores por la libertad) han demostrado ser vulgares señores de la guerra más preocupados por salvaguardar sus parcelas de poder que por poner punto y final a una pesadilla que se inició en 1979 con la invasión soviética que ha costado más de un millón y medio de muertos.Los rencores personales, los distintos enfoques político-religiosos, la atomización de lo que fue la resistencia antisoviética, un mosaico de etnias y tribus que se refleja en la base de los distintos grupos armados y la influencia maligna de potencias regionales rivales. (Pakistán, Irán, Arabia Saudí) imposibilitan cualquier tipo de acuerdo.

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Masud y Hekmatyar 'versus' talibán

Por el Kabul de hoy parece que ha pasado un tornado. El casco urbano es una acumulación de ruinas infectadas de traicioneras minas sin explosionar que siguen matando e hiriendo gravemente a miles de personas cada año.

En sus calles se respira el ambiente de una aldea estancada en la Edad Media por donde pasean rebaños de ovejas, carromatos tirados por extenuados mulos, ciclistas y miles de empobrecidos habitantes, muchos de ellos multilados. Como si el reloj se hubiera parado para siempre.

Los grupos islámicos sólo han acercado posturas coincidiendo con la aparición en septiembre de 1994 de los talibanes. Éstos -la facción islámica más purista, salida de las escuelas coránicas (madrasas) financiadas por Pakistán en las zonas fronterizas pobladas de refugiados afganos- avanzan irresistiblemente desde entonces. En los últimos días se han hecho con Jalalabab, la capital de la provincia de Nangahar y punto neurálgico de la principal ruta de abastecimiento del país én la carretera que une Kabul con la ciudad paquistaní de Peshawar. Tras la captura de Jalalabad, los talibanes anunciaron ayer que también han conquistado las vecinas provincias de Kunar y Melitar Lam.

Oscurantistas del siglo XXI. Así definen algunos analistas a estos aguerridos talibanes -palabra farsi que significa "buscadores de la verdad"-, que se han convertido en la fuerza militar más importante de Afganistán.

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La guerrilla talibán

Durante la guerra contra los soviéticos, las madrasas se transformaron en conventos fortificados. Eran a la vez bases militares y escuelas religiosas. La leyenda cuenta que la guerrilla talibán comenzó hace dos años cuando unos 30 de ellos, de los que sólo 14 iban armados, ocuparon el pueblo de Kashke Nakhud, 30 kilómetros al oeste de Kandahar, la antigua capital. El comandante militar se rindió sin oponer resistencia.En pocas semanas arrasaron en nueve de las 30 provincias, ocuparon la sureña Kandahar, su capital desde entonces. Su consejo supremo está encabezado por un desconocido mulá llamado Maulana Mohammed Omar, que dirige a 25.000 milicianos, apoyados por centenares de carros de combates y blindados, helicópteros y hasta una docena de Mig 23. Fue reelegido como guía del movimiento en abril de este año por 1.500 ulemas reunidos en Kandahar.

Los más beneficiados han sido el presidente afgano Burhanudin Rabani y su principal comandante, el casi mítico Ahmed Sha Masud. Las fuerzas de Gulbudin Hekmatyar, su principal enemigo, fueron aplastadas. El propio Rabani ha admitido que su Gobierno "dio asistencia directa y apoyo logístico a los talibanes".

Estos continúan asediando Kabul, disparando sus baterías de cohetes y provocando decenas de víctimas. Pero su inferioridad numérica y armamentística ha impedido hasta ahora el último asalto a una ciudad que se extiende sobre una superficie de 50 kilómetros cuadrados. Mientras, han impuesto el fundamentalismo islámico más radical en las regiones bajo su control. Las niñas de más de nueve años han sido expulsadas de los colegios; se ha prohibido a las mujeres salir de casa a no ser que vayan acompañadas de un hombre y vestidas con el burka, una especie de túnica que cae desde la cabeza a los pies con un diminuto calado a la altura de los ojos. Se ha ilegalizado el ajedrez, el fútbol, las cometas, las peleas de perros, el cine, la televisión, las fotografías, la música y los juegos de azar.

"Los afganos que viven bajo la tutela de estos iluminados sólo conocen obligaciones y prohibiciones", reflexiona un miembro de una organización humanitaria que trabaja en zona talibán.

Corrupción y enfrentamientos

"Ustedes los europeos los ve como oscurantistas. Pero aquí la inmensa mayoría de la población los apoyan. Han conseguido acabar con la corrupción y con los enfrentamientos armados en las zonas que controlan", comenta en Kabul un hombre que se define como miembro de "una minoría cultivada".Desde que se produjo la derrota de Hekmatiar, el número de fuerzas militares con importancia ha quedado reducido a tres: la coalición gubernamental que defiende la capital y otras cuatro provincias, los talíbanes que ejercen su control sobre 19 provincias y las milicias del general uzbeko Rashid Dostum, dueño absoluto de ocho provincias norteñas.

Paradójicamente, la derrota militar ha permitido a Hekmatya regresar a Kabul -tras 16 años de exilio- como primer ministro de una coalición gubernamental que se formó la pasada primavera.

A pesar de que el Gobierno ha denunciado que más de 1.500 oficiales del antiguo régimen comunista asesoran militarmente a nuevo grupo islámico, los analistas coinciden en señalar que detrás de los talibanes se mueve la mano negra de los servicios secretos paquistaníes.

Pakistán distribuyó el dinero las armas norteamericanas entre los grupos más fundamentalista durante la cruzada antisoviética los mismos que permitieron la llegada de miles de internacionalista islámicos que, como comentaba un diplomático norteamericano poco después de la retirada soviética en 1989, "pueden convertir a Afganistán en el nuevo valle de la Bekaa" (zona del Líbano, controlada por Siria que durante años fue el escondite de terroristas).

Las consecuencias de la guerra afgana han sido espeluznantes. El 9% de la población (entre un millón y medio y dos millones) ha muerto; más de un tercio se ha refugiado en los países vecinos, y el 50% de las aldeas, donde vivía el 80% de la población, ya no existe. Procesiones de mutilados se dirigen a los centros ortopédicos. La mortalidad infantil es de 164 por mil antes de cumplir el primer año y la esperanza de vida no alcanza los 45 años. En los informes sobre desarrollo humano de las Naciones Unidas, Afganistán es uno de los colistas.

Lo que no consiguieron las hordas de Gengis Kan, los zares rusos, los colonialistas británicos o los imperialistas soviéticos lo están haciendo los propios afganos a destajo: destruir el país hasta tal punto que ni el arquitecto más hábil sea capaz de reconstruirlo de las cenizas.

Es una clásica guerra encallada en el fondo oscuro de la historia de este dramático final de siglo. Olvidada sí, pero no desatendida. Cada día llega un nuevo cargamento de armas.

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