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Un disminuido psíquico lleva 22 años encerrado en su habitación

El presunto "amor filial" evitó el rescate, el año pasado, de un perturbado mental, Manuel C. G., de 36 años, de las condiciones infrahumanas en que vive "desde hace muchos años" -algunos especifican que hasta 22-, encerrado en una habitación de la destartalada casa que comparte con su padre y un hermano en una aldea del municipio de Brión (La Coruña). Manuel sólo emite gruñidos y gritos. Trastornos psíquicos que no han sido precisados le impiden hablar, pero cuando era niño destacaba por su inteligencia.La familia habita un caserón de piedra de aspecto semirruinoso en la aldea de Tembra. "Del interior de la casa sale un olor repulsivo", constataba la reportera de La Voz de Galicia que divulgó ayer el caso. Un forense y el juez titular de Negreira visitaron el miércoles el inmueble a instancias del departamento de asistencia social del citado ayuntamiento coruñés.

El mismo juzgado, aunque con otro titular, ya intervino el año pasado, pero cuando parecía decidido el traslado de Manuel a un centro donde pudiera recibir el tratamiento médico más indicado, el juez determinó que siguiera en la casa familiar para no perturbar "el amor filial". El actual titular del juzgado declinó comentar el caso para EL PAÍS aduciendo razones de intimidad personal y asegurando que el mismo "recibirá el tratamiento más adecuado en el más breve plazo posible". Y añadió: "Estamos trabajando en ello".

Casa inmunda

La madre de Manuel falleció hace unos tres años y las versiones de los vecinos difieren sobre el tiempo que éste lleva encerrado. Una desidia contumaz prodiga por el caserón familiar las inmundicias: grasa y restos de alimentos actúan como pegamento del mantel de la mesa donde presuntamente comen sus inquilinos, los restos de basura menudean por las dependencias de la vivienda, las telarañas cuelgan de todas las puertas y ventanas.Los vecinos dicen que el cabeza de familia, Marcelino, un viejo militar jubilado, dispone del dinero necesario para vivir decentemente, pero que prefiere hacerlo en la miseria. Cobra dos pensiones, la suya y la de Manuel, por su minusvalía psíquica, unas 100.000 pesetas en total. Manuel "anduvo suelto por ahí mucho tiempo, a su aire", declara un vecino. "Teníamos que llamar la atención de sus padres porque andaba como Dios lo trajo al mundo, desnudo".

Marcelino, que no estaba en la casa cuando le visitó el juez, tiene un carácter reservado, su aspecto es de gran suciedad -"nunca se ve ropa tendida en esa casa, así que se supone que no la lavan"-, pero nunca tuvo ningún problema con el vecindario.

Manuel nunca sale de la habitación en que fue encerrado hace no se sabe cuántos años: en ella come, duerme, realiza sus necesidades fisiológicas, se sienta sobre sus heces y gruñe o grita.

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