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La supervivencia media de los trasplantados lleva 15 años estancada

Milagros Pérez Oliva

La mejora de los tratamientos inmunosupresores ha logrado reducir la mortalidad por rechazo agudo en los trasplantados hasta sólo un 10% de los enfermos, pero la supervivencia a largo plazo permanece estancada desde hace más de 15 años. Así lo afirmó ayer Pekka Hayry, de la Universidad de Helsinki (Finlandia), en el XVI Congreso Internacional de Trasplantes, que reúne en Barcelona a más de 3.000 especialistas. Los órganos trasplantados con una supervivencia media inferior son el riñón y el corazón: nueve años y seis meses de vida media, lo que significa que la mitad de los pacientes han perdido el injerto a los nueve años y medio, según explicó Gerhard Opelz. En el caso del riñón, existe la posibilidad de un retrasplante o de volver a la diálisis; pero si falla el corazón, significa la muerte del paciente.Los resultados de los trasplantes se han planteado hasta ahora desde la perspectiva triunfalista del corto plazo. Se habla de supervivencias de entre el 80% y el 90%, pero se refieren al primer año desde la operación. "Después del primer año, perdemos un 4% o un 5% de los enfermos cada año", recordó Hayry.

Curiosamente, en el trasplante de hígado, que técnicamente es el más complicado, la supervivencia media es de casi el doble: 15 años. Y en el trasplante de hígado infantil, 30 años. Es decir, la mitad de los niños trasplantados estarán aún vivos a los 30 años de haberse operado.

Menos vulnerable

¿Por qué esta enorme diferencia? Los especialistas no han encontrado aún la respuesta, pero han observado algo importante: algunos trasplantados de hígado han dejado de tomar inmunosupresores contra el rechazo y siguen vivos, uno desde hace 14 años. Han desarrollado una tolerancia que no es posible en los trasplantados de corazón o de riñón. Algo tiene, pues, el hígado que lo hace menos vulnerable.Ronald Morris, de la Universidad de Stanford (EE UU), advirtió que salvo en algunos trasplantados de hígado, y siempre bajo estricto control médico, la medicación inmunosupresora es obligatoria de por vida porque el riesgo de un rechazo agudo no disminuye con el tiempo, contrariamente a lo que se había pensado. Y con el tiempo lo que aumenta, además, es el riesgo de rechazo crónico. Según Opelz, se trata de dos tipos de rechazo.

En el rechazo agudo, el sistema inmunitario ataca al injerto a través de los linfocitos T. La misión de los inmunosupresores es precisamente inhibir los linfocitos. En cambio, el rechazo crónico es una respuesta de tipo arteriosclerótico, que afecta a las células epiteliales. Se desencadena una reacción defensiva en los vasos sanguíneos que provoca una lesión y unos depósitos que acaban obturando el vaso y provocando la muerte del injerto. "Contra este rechazo no tenemos ninguna terapia, por eso hay que destinar ahora fondos a investigarlo", concluyó Hayry.

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