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i Todavíá el 98!

En su muy atrayente libro Un polaco en la corte del rey Juan Carlos, Manuel Vázquez Montalbán se refiere, de forma ocasional, en el transcurso de una conversación con la ex ministra Carmen Alborch, a la conmemoración del centenario del 98 y establece un paralelismo inteligente entre este acontecimiento y el momento en que se produce su centenario. 1898 se caracterizó por su nihilismo crítico y, en cierta manera, nos encontramos ahora en una situación muy parecida. Durante unos años parecía existir la conciencia colectiva, Inducida desde el poder político, de que constituíamos un país en la vanguardia misma de la modernidad, algo así como una California europea. Luego, cuando vino la crisis económica y hemos pasado por el rosario de vergonzosos escándalos políticos que siguen goteando por los juzgados, parecemos haber recuperado ese nihilismo de hace un siglo. La mejor metáfora obre el momento histórico de 1898 es, sin duda, la de Ortega y Gasset cuando presenta a Costa como un búfalo herido bramando en el barro toda su desmesura y su tenacidad.Tan parecido es, en efecto, el clima entre las dos situaciones colectivas que ahora en ocasiones se ejerce de Costa preciamente para quejarse de la propia conmemoración del 98. Todo tipo de argumentos se han utilizado contra ella, desde el recuerdo del V Centenario hasta el tremendo gasto público en pura pirotecnia cultural al servicio de tan sólo algunos funcionarios e infinitos intermediarios, pasando por la exaltación masoquista de un desastre objetivo y la reducción de la cultura al puro festejo celebratorio.

En realidad, la cuestión tiene dos aspectos, la conmemoración en sí y lo que hoy representa para nosotros de forma objetiva el 98. En cuanto a la primera, ni exige dinero (que tampoco existe), ni va a consistir en ningún ejercicio de megalomanía, ni tan siquiera es evitable. La intervención oficial en la conmemoración del 98 debiera consistir en poco más que evitar que se solapen ciclos, congresos y exposiciones que ya están en gestación y que, a poco que estén bien organizados, van a permitir lo esencial, un mejor conocimiento de una parcela de nuestro pasado que en 1992 ni siquiera fue intentado.

Otra cosa es lo que significa para nosotros el 98, que sigue siendo mucho. Me refiero, sobre todo, al terreno cultural y no al político o el colonial, por ejemplo. Si bien se mira, cada colectividad media sobre aspectos singulares de u propio pasado en ocasiones muy singulares. Si los franceses repensaron en 1989 su revolución, los españoles, en cambio, hemos dejado de hacerlo con nuestra guerra civil en su 60 aniversario, sin duda porque es mucho menos necesario que hace 20 años.

En cambio, ahora bien podríamos repensar España con un espíritu tan apasionado como el de la generación del 98 y un resultado mucho más constructivo. De ser así, no sería la primera vez que ocurriera. Azaña, en 1923, escribió un artículo cuyo título ha sido plagiado vergonzosamente en el que el lector tiene en sus manos. Según en él se indicaba, lo característico del 98 había sido la inconsistencia crítica, la inanidad política y un sentimentalismo estéril que convertía a Costa en una especie de agitada plañidera de dudosa utilidad. Pero, en 1930, durante su discurso de inauguración del Ateneo, resaltó, en cambio, una sensación de continuidad entre la obra de la generación precedente y la suya, que ahora sí se sentía capaz no sólo de la crítica, sino de la demolición y construcción posterior, pero siempre a partir de las posiciones de los noventayochistas.

Hoy no hemos conmemorado la guerra civil porque no está en peligro nuestra convivencia, como en 1975. En cambio, sin duda, no nos vendría mal repensar, sin el arbitrismo ni el pesimismo del 98, en qué consiste España o los males de nuestro sistema político. La guía espiritual de una generación intelectual que abrió una etapa gloriosa de la cultura española puede ser útil, aun a pesar de posibles anacronismos y diferencias en el clima colectivo. Porque, entre otras cosas, España tuvo un buen balance de su transición hacia la libertad sabemos, además, que no hay nada que impida que de esta meditación surja un resultado más concreto y positivo que en el fin del siglo pasado.

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