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Los hutus lucharán contra el nuevo líder de Burundi, pero no cierran la vía de diálogo

Alfonso Armada

ENVIADO ESPECIALEl golpe palaciego, que ha devuelto momentáneamente la calma al desdichado Burundi, ha hecho concebir esperanzas de paz a buena parte de la comunidad extranjera en Bujumbura, la capital de este pequeño país centroafricano habitado por seis millones de personas. Mientras que el presidente depuesto, el hutu moderado Sylvestre Ntinbantunganya, reiteraba desde su refugio en la Embajada de Estados Unidos que seguía siendo el mandatario legítimo de la nación, el ex ministro del Interior Laurence Nyangoma, jefe de las guerrillas hutus, hacía desde Nairobi un llamamiento para "luchar por todos los medios hasta derrotar al Ejército golpista".

Sin embargo, en una aparente contradicción, Nyangoma anunciaba al mismo tiempo su disposición a negociar un alto el fuego con el nuevo hombre fuerte, el comandante Pierre Buyoya. Éste sigue predicando las razones que le llevaron a aceptar la oferta del Ejército para hacerse con el poder el pasado 25 de julio.El "golpe atípico", como al propio Buyoya le gusta denominarlo, ha logrado dos cosas: cambiar las caras del poder y devolver una sensación de calma a un país que se deslizaba por la pavorosa pendiente de las matanzas étnicas entre el Ejército (95% tutsi) y las toleradas milicias de los sans echec (sin derrota) y las guerrillas hutus que operan con el apoyo del derrotado Ejército gubernamental ruandés desde los campos de refugiados en Zaire. "Buyoya es el único que puede salvar a este país. Es la única esperanza que le queda a Burundi de evitar la catástrofe. No va a fracasar porque conoce a fondo los problemas y tiene a todo el Ejército detrás", asegura un diplomático europeo.

Algunos burundeses temen que "esta calma no sea más que la antesala de la tormenta". El bullicio y la pujanza del mercado central de Bujumbura es una suerte de termómetro de la esperanza. Sada, una jovencísima vendedora de pantalones vaqueros, expresa su confianza en que "esta vez la paz llegará". Musha, un senegalés que ha recorrido medio África y que desde hace más de 10 años vive del comercio, piensa que "los políticos son los que envenenan el alma de la gente y enfrentan a los hutus contra los tutsis". Pero Bujumbura es un engañoso termómetro del porvenir de uno de los países más pobres del mundo, con la tierra degradada por el exhaustivo cultivo de café y té en las mil y una colinas, porque hace tiempo que el Ejército monoétnico ha, prácticamente, limpiado étnicamente de hutus la capital.

Fuentes periodísticas locales señalaron ayer que el domingo unos desconocidos lanzaron una granada en Gitega, la segunda ciudad del país. Dos personas resultaron muertas y otras cinco heridas. Pero de momento, los incidentes son menores después de semanas de matanzas de uno y otro signo. Esperanzado se muestra también Alfonso Rosillo, cónsul honorario de España en Bujumbura, que sólo puede contactar esporádicamente con parte de los 11 miembros de la mermada colonia española, formada en su mayor parte por religiosos dispersos por el país. Todos resisten con buen ánimo la tentación de partir. Las indiscriminadas represalias del Ejército contra las colinas hutus en la zona de Ntita, en el centro de Burundi, llevó en la primavera pasada a Jesús Francisco Andrés, Juan Pablo Andrés Martínez y Juan Pablo López Martínez, tres jovencísimos sacerdotes alcarreños, a poner pies en polvorosa después de sufrir el fuego graneado y abandonar un empeño que habían iniciado en 1994 "con la ilusión de dar lo mejor por Burundi". Ahora la misión es una casa fantasma.

Buyoya se dirigió ayer al cuerpo diplomático acreditado en Burundi y a los representantes de las iglesias y órdenes religiosas. Insistió en sus convicciones democráticas porque, dijo, este golpe "no es un golpe de Estado como otros". "No ha sido un golpe por ambiciones personales ni contra la democracia, sino contra el genocidio y el caos", subrayó Buyoya. Prometió poner coto a la violencia interétnica, disciplinar al Ejército, acabar con la impunidad de los criminales y restaurar la paz y el proceso democrático. Por ahora, la idea de enviar una fuerza de paz interafricana ha quedado aparcada. Tal vez sea el momento de hacerle caso al ex responsable de la ONU en Burundi, Ahmedu Ould Abdallah: "Lo que este país necesita no son soldados, sino psiquiatras".

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