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"¡Leed mis labios!"

Joaquín Estefanía

Segunda ley de la manipulación moderna: la verdad no es lo que ocurre, sino lo que se comunica, lo que se repite sistemáticamente en prensa, radio y televisión; la repetición es demostración; la verdad no es la información, sino la comunicación.El PP ganó las elecciones el 3 de marzo con dos mensajes básicos: los terroristas y narcotraficantes cumplirían íntegramente las penas mediante una reforma del Código Penal; y los impuestos bajarían para el conjunto de los ciudadanos. Menos de cien días después, ambas medidas han pasado al museo de lo incierto. La primera, por la falta de mayoría política para aplicarla y por la inteligencia del ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, buen conocedor de lo que pasa en el País Vasco. El recorte de impuestos porque era casi imposible de cumplir en la actual coyuntura económica si se pretendía pasar el examen de la convergencia europea; los impuestos no sólo no han bajado, sino que van a subir. En este sentido, el Gobierno de Aznar guarda una gran similitud con el de Juppé en Francia.

Así resultan aún más incomprensibles algunas de la medidas tomadas por el Ejecutivo, que suponen una reducción de los ingresos del Estado: la nueva fórmula de financiación autonómica -de la que todavía no se conoce su cuantificación, pero que no tendrá efectos neutrales- y la reducción de gravámenes de las rentas del. capital y la actualización de los balances de las empresas. El nuevo sistema de financiación es parte del precio que los conservadores han de pagar para gobernar, pero las acciones sobre las plusvalías y sobre los balances son un brindis al viento que quizá hubiera sido oportuno en otro momento, y dentro de una reforma fiscal que actuase también sobre las rentas del trabajo, como machaconamente prometió Aznar.La secuencia es explosiva: disminución de los gravámenes a las rentas del capital y a la vez aumento de los impuestos especiales que afectan a todo el mundo, además del anuncio de nuevas tasas cuyo contenido aún es incierto. Y congelación del sueldo de los funcionarios, colectivo de más de dos millones de personas cuya renta media anual no llega a los tres millones de pesetas. Una redistribución regresiva sin matices.

De las declaraciones de los secretarios de Estado de la Administración pública, Francisco Villar, y de Presupuestos y Gasto, José Folgado, al anunciar el sacrificio salarial de los funcionarios, sorprendieron dos asuntos: el primero dijo, con gran sentido de la demagogia, que la congelación se hacía para salvaguardar el pago de las pensiones, olvidándose de las medidas ya tomadas por sus mayores que reducían los ingresos estatales. Folgado afirmó que los mercados tomarían buena cuenta de estos sacrificios, pero la reacción inmediata de los mismos, al conocer la subida de los impuestos, fue la depreciación de la peseta y el encarecimiento de la deuda a largo plazo. La mayor ironía sería que por un érroneo manejo de la coyuntura y del sentido de la oportunidad, los sacrificios quedasen neutralizados por un aumento de los tipos de interés Y del coste de la deuda.

Que los números no cuadran era del dominio general hace muchos meses. Éstos son los primeros escarceos de unos presupuestos que necesitan de una austeridad compartida, no segmentada. En septiembre llegará la hora de la verdad y se descubrirá el verdadero sentido de la política económica del PP. Y se podrá hacer una analogía española con la campaña electoral de Bush versus Clinton, cuando el primero afirmó aquello de "Leed mis labios" referido a que no subirían los impuestos y se aquilató la frase de "¡La economía, estúpidos, la economía!", terreno en el que, mayoritariamente, se jugaban los votos.

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