Toneladas de caspa
Director en sus comienzos de un par de productos de género de considerable calidad antes de poner su oficio a las órdenes de Martes y Trece, Alvaro Sáenz de Heredia es un artesano de servicio, que jamás reivindicó etiqueta de autoría y que ha tenido claro que su carrera se dirige a la platea. Es de la estirpe de Lazaga, de Salvia, de Tito Fernández: alguien que hubiese podido hacer un cine mucho mejor.No tenemos nada contra buscar al público, esa obsesiva preocupación de nuestros actuales regidores culturales. Sáenz de Heredia ya apuntó en esa dirección en filmes como Aquí huele a muerto (pues yo no he sido), refrito con momentos de gracia de clásicos de la parodia de grueso calibre, pero funcional.
Aquí llega Condemor
Dirección y guión: Alvaro Sáenz de Heredia. Intérpretes: Chiquito de la Calzada, Bigote Arrocet, Sol Abad, Allfredo Sanbrell. Madrid: Vaguada, Amaya, P. Música, Cid Campeador, Real, Novedades, Aluche, Florida, Liceo, Canciller, Albufera, Colombia.
Aquí se intenta la misma operación: se coge a un cómico popular, Chiquito de la Calzada, se le rodea de un elenco de veteranos actores de género -por cierto ¿qué diablos pinta aquí el insufrible Bigote Arrocet?-, se buscan localizaciones en Almería y sale un chorizo-western con numeritos musicales -hay que convenir que el único momento más o menos hilvanado del filme es la primera parte de la serenata que el cómico canta a su amada-, 80 minutitos apañados y dejar que el protagonista campe a sus anchas.
El problema del filme, el más grave de los múltiples que tiene, es que está hecho no ya a toda pastilla, sino a velocidad de AVE. Hablar en él de guión resulta disparatado -todo vale, sin más-, los recursos empleados en su realización son los de una producción casposa de los primeros setenta, la ausencia de sonido directo, esencial en un cómico que como Chiquito hace de la distorsión surreal del lenguaje su arsenal expresivo, afea aún más el producto y nos hace sospechar que Condemor no es más que la excusa para dejar que el cómico se lance a la improvisación total, a sus juegos de palabras incomprensibles, confiándole resolver el entuerto.
Y no le sale. Chiquito dosifica sus apariciones televisivas diluyéndose en un grupo de humoristas corifeos; pero es anestesiante ver hora y veinte minutos de grititos histéricos, sin otra finalidad que esperar el golpe de genio, la palabra fuera de contexto que desencadene la risa. Demasiado, cuando se produce en una película tan primaria, oportunista y mal hecha, tan indigna de un director que nunca había caído tan bajo.
Babelia
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