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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Secretos y 'foie-gras'

La alegría está en el campoDirector: Etienne Chatiliez. Guión: F. Quentin. Fotografía: P. Welt. Francia, 1995. Intérpretes: Michel Serrault, Carmen Maura, Eddy Mitchell, Sabine Azéma, Eric Cantona.Madrid: cines Capitol, Minicines, Alphaville.

Ciudad de provincias, dos amigos burgueses y cincuentones, hoy mismo: disfrutan de la comida, no pasan estrecheces económicas; negociantes, aunque uno sufre una mujer insoportable y espera angustiado el casamiento de su hija única, tan insustancial como su madre, porque le dejará las arcas exhaustas. Las cosas no parecen salirle bien en su fábrica, entre otras cosas porque le están sometiendo a inspección los funcionarios de Hacienda y las obreras se niegan a aumentar el ritmo de trabajo. El otro, soltero y bon vivant, ejerce ascendiente sobre el pusilánime empresario (espléndido Serrault) y de improviso, una emisión televisiva del homólogo francés de ¿Quién sabe dónde? anuncia que una mujer de mediana edad, de origen español y madre de dos hijas en la veintena, busca a su marido, desaparecido 26 años antes, y la foto es idéntica a la del pusilánime. Y comienza un vodevil campestre en que Serrault cambia las tapas de water por la elaboración de foie-gras, además de compartir con la española (Maura) algún que otro secreto.

Retratista irónico de una cierta realidad francesa (La vida es un largo río tranquilo), el realizador publicitario Etienne Chatiliez demuestra en su nuevo largometraje que no ha perdido el pulso para el filme costumbrista, para el abordaje de esas historias en forma de tranches de vie que tanto han hecho por el mantenimiento popular del cine francés. Hay un cambio, sin embargo, en su trayectoria, que afecta sobre todo al enfoque ideológico desde el que se presenta la ficción. Con su suave canto a los valores de la Francia eterna -la comida, la camaradería viril, la vida provincial-, su defensa indisimulada de la pequeña empresa y del patrón como patriarca preocupado por sus obreros y su machismo de libro -la histérica esposa responde al lugar común patriarcal de que no existen malas amantes, sino mujeres mal folladas-. La alegría parece más un eslogan electoral de Chirac, un La vie est a nous de derechas que una auténtica película regida por normas dramatúrgicas.

O algo peor: la instancia gratificadora del buen burgués provinciano, perfectamente identificado en el personaje de Serrault, un hombre cuya pusilanimidad no está reñida con su buen corazón y a quien, en buena lógica confortadora, le esperan varios regalos por su bonhomía, entre ellos una nueva esposa más joven, menos charlantana y más trabajadora. Alguien podrá aducir que la etiqueta ideológica no es necesariamente un demérito para el filme, para cualquier filme, y este punto de vista es el que defiende el firmante. Pero con su maniqueísmo respecto a los personajes -sólo hay en puridad protagonistas masculinos: de las féminas no sabemos nada, aunque el guión lo firme una mujer-, su aire francesamente autosatisfecho y una cierta pobreza en la puesta en escena, La alegría es sólo un producto apetecible para quien sin sonrojos se ponga a favor de su opción vital, de lo único que les interesa a Chatiliez y a su guionista. Y una patada en el hígado de cualquiera con ideales o militancia sindicalista: avisados quedan.

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