Una tarde descarrilada

No estábamos en la plaza ni los cabales. Foráneos salpicados por aquí y por allá, y los 500 aficionados fieles a los festejos veraniegos. La corrida transcurría, durante los primeros toros, con el espectáculo de las ilusiones de la terna estrelladas contra los alonsomorenos que iban saliendo al ruedo, sosos, muy flojos, distraídos y pegando tornillazos defensivos.Raúl Aranda demostró frente a sus dos antagonistas los recursos de su veteranía. Juan Carlos Vera abusó de la faena rutinaria sin tener en cuenta las condiciones de los toros. Y El Javi, que fue el que más voluntad puso, se desesperó ante la invalidez de sus toros.

Pero el verdadero protagonista fue la lluvia, que se presentó durante la lidia del cuarto. Una nube plomiza descargó un leve y pertinaz calabobos. Y se produjo la desbandada.

A partir de ahí, la corrida, que ya iba torcida, descarriló definitivamente. Los toreros se esforzaron en el intento de la rutinaria faena del derechazo y el natural entre el enfado del público, exteriorizado en broncas al presidente y acompasadas palmas de tango. La corrida había muerto ya. La lluvia y la tozudez del palco, emperrado en mantener inválidos en la arena, le habían asestado media en las agujas.

Fue una pena. Los deseos y las esperanzas de los espadas quedaron mustios bajo la amenaza del cielo. El presidente, que no atendió las demandas que los aficionados le enviaban a gritos, contribuyó a que un festejo que había empezado con tonos débiles terminara en un callejón de enfados y mal humor.