Peter Mayer
A los 60 años, este hombre que puso en pie un viejo imperio, la editorial Penguin, ha regresado a su casa, lo que le supondrá recuperar el sueño perdido a lo largo de 18 años de viajes transoceánicos y de reuniones de ejecutivos a los que él llegaba siempre como si fuera un poeta recientemente arruinado pero feliz. Es Peter Mayer, que en los sesenta fue en efecto poeta, durante mucho tiempo trabajó en un pequeño negocio editorial con su padre y ahora ha decidido dejar todo aquello, retirarse del ruido mundanal de las multinacionales y de los disparos pacíficos que sobrevuelan las cabezas de los tycoons de los libros. Ahora será otra vez un pequeño editor familiar que podrá llegar tarde al trabajo después de escuchar con paciencia la voz de Chavela Vargas.Es un hombre admirable. Se le veía -se le verá- en las ferias internacionales de Chicago o de Francfort, despeinado y silencioso, pendiente de todo, con la camisa abierta y las gafas cortadas a media nariz, paseando con una mochila verde cubierta de dibujos de ranas amarillas. Una vez vino a Madrid para hablar ante editores y escritores, y, aunque pasó como una exhalación, dejó tras de sí varias enseñanzas y multitud de anécdotas. Dormía como si fuera un enviado especial o como un soldado raso, donde podía; recordaba, por ello, a personajes legendarios del periodismo actual como Manu Leguineche, o a esos personajes de cansancio imposible que dibujaba Julio Cortázar en Rayuela. En ese viaje madrileño explicó un deseo a un colega suyo: "La ilusión de mi vida sería volver a ver a Chavela Vargas".
Por esas coincidencias que en efecto sólo pasan en la literatura, o que sólo le ocurren a la gente que quiere de la vida sorpresa y felicidad, Chavela Vargas estaba en Madrid, en casa de su agente voluntario, Manuel Arroyo Stephens, que la recuperó hace mucho tiempo para la discografía española. Pocas horas después de que el presidente de Peguin expresara aquel deseo de aficionado loco, Peter Mayer abrazaba a Chavela con la misma devoción con que habría puesto las manos sobre el rostro de sus mejores recuerdos. Después de ese encuentro, Peter Mayer se hizo con el calendario de las actuaciones de la cantante mexicana y ahora mismo, debe de estar en cualquier sitio haciendo tiempo para escucharla en directo.
Una de sus divisas fue la de no engañar nunca a nadie para no engañarse a sí mismo, y eso, que anima a tanta gente a no caer en el pecado de la vanidad y de la soberbia, le hizo un ser sencillo y entrañable. Acostumbrado como está uno a ver la fatuidad nada más doblar la esquina de la relativa importancia de la gente, tratar con este hombre era una gratificante aventura humana y un inmenso pozo de aprendizaje profesional. Que se vaya de la presidencia de Penguin, donde puso en marcha una revolución que le dio pies de piedra a un gigante que no sabía qué hacer con su fortaleza y lo haga para regresar al ámbito manejable de la empresa chica es un rasgo más de su carácter, como si hubiera querido demostrarse a sí mismo que lo que se predica hay que convertirlo en trigo.
Muchas de sus enseñanzas eran de sentido común, pero las formuló con claridad y decisión. Pensaba -y esto fue lo que dijo en Madrid en aquella ocasión., entre muchas otras cosas- que editoriales grandes como la suya siempre publican y distribuyen más literatura que una pequeña editorial, y, por tanto, estaban más capacitadas para convertir en falso el viejo enfrentamiento entre literatura y comercio. Creía también -y esto lo puso en marcha de qué manera- que es el libro el que tiene que ir a la gente, y no al revés, como quieren -decía- los editores exquisitos. Hay que publicar libros para todos los lectores, porque el mundo tiene derecho a leer lo que le gusta leer, sea ello En busca del tiempo perdido o las obras completas de Stephen King.
Ahora Anagrama ha publicado un excelente ensayo de Gabriel Zaid titulado Los demasiados libros, en el que viene ese talismán actual de la promoción librera -hay que poner el libro en la conversación de la gente-. Mayer no sólo puso el libro en la conversación de la gente, sino que demostró, con paciencia, que la imaginación y el trabajo levantan piedras hundidas, y llevó el libro a todas partes, desde los barcos a los supermercados. Hoy Penguin, que perdía dinero cuando llegó Mayer, es uno de los gigantes más poderosos del mundo de la edición. Se ha querido ir cuando todavía tiene salud, dice, y porque aún tiene ganas de "seguir en el viejo juego" de publicar libros. Las crónicas afirman que nadie se ha referido a él, en ningún sitio, en la hora de la despedida, con las reticencias que suelen acompañar los adioses. Pero una de sus colaboradoras explicó lo esencial de su fructífero paso por este territorio para el que él tiene tanta vocación como fortaleza: "No hubo un solo día en que yo no aprendiera algo nuevo de él acerca de la aventura de publicar libros". Eso mismo piensa muchísima gente.
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