El genoma
Al colocar uno de tus cromosomas bajo el tubo del microscopio se despliega ante el único ojo abierto en la cara como una llaga en la conciencia un mapa en el que puedes distinguir el gen de la fibrosis cística del de la depresión; el del sarcoma del de la esquizofrenia. No hay síndrome sin gen. Hasta esa tristeza de los domingos por la tarde procede de los jugos segregados por una vesícula infinitesimal localizada en las regiones más remotas del DNA. Tu existencia, en fin, se dirige hacia la artrosis o el Alzheimer a una velocidad de 12 meses/año, dejándose guiar por las indicaciones de una cartografia de la que es portador ignorante.Pero si los microscopios actuales fueran más capaces o las técnicas de análisis molecular estuvieran más desarrolladas, al asomarnos a un gen no sólo descubriríamos las proteínas del sarcoma, sino también el traje de franela con el que inauguramos la juventud, el pantalón largo de pana con el que recibimos a la adolescencia o el caballo de cartón del que sufrimos la primera caída. Y si, para aumentar sus contrastes, sumergiéramos ese gen en la solución química adecuada, probablemente se nos aparecería también nuestro primer pasillo con cada una de las puertas que entonces no alcanzábamos a abrir. Porque hay genes de un solo dormitorio, con cocina americana, y genes de tres o cuatro habitaciones con vistas, dos baños, aseo y cocina alicatada hasta el techo.
Cuando progrese la óptica molecular y seamos capaces de acercar la lente un poco más al material observado, descubriremos sin duda el gen de la lucha de clases, con su indumentaria de tergal y el del talento artístico, con sus harapos de gloria. Todos ellos, más las proteínas de las que se alimentan, son los responsables de la devastadora enfermedad llamada biografía.
Cuídate.
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