_
_
_
_
_

Historia de una estafa ideológica

Un ex comandante de la guerrilla colombiana asegura que ésta se ha convertido en un gran negocio

No es un arrepentido ni un traidor. La historia de Augusto Zavala Molina, colombiano de 43 años, es la historia de un desengaño político, de una estafa ideológica. Exiliado desde hace unos meses, Zavala está acusado de rebelión por el Gobierno de Bogotá y condenado a muerte por la dirección de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el movimiento guerrillero más antiguo de América Latina, a las que perteneció hasta junio de 1995 después de combatir en sus filas durante casi una década. "Las FARC son un negocio. El Gobierno se equivoca si las trata como una guerrilla o como un proyecto revolucionario armado. Actualmente la dirigen hombres de negocios, y la política es sólo su pantalla", asegura ahora Augusto Zavala, que llegó a ostentar el grado de comandante en los servicios de información de la guerrilla en la región del Magdalena Medio, la zona más rica y más violenta de Colombia, situada en el centro del país.

Zavala comenzó su aventura política en la Unión Patriótica, el brazo legal, de orientación comunista, de las FARC, que dirigía Jaime Pardo Leal. El asesinato de éste en octubre de 1987 y de otros 400 compañeros durante la pasada década -actualmente son alrededor de 3.500 los miembros de Unión Patriótica que han sido asesinados- le llevó a ingresar en las FARC. Allí combatió a los soldados, a los grupos paramilitares y "al principio a los narcotraficantes". No lleva la cuenta de sus acciones ni de sus muertos: "No es como en las películas. Seguro que he matado gente, pero muchas veces disparas con los ojos cerrados". Pero las cosas pronto empezaron a cambiar. El guerrillero que hacía la guerra al tiempo que plantaba maíz con su propio machete junto a los campesinos comenzó a convertirse en una especie de nuevo rico en armas más preocupado por sus ingresos que por la justicia o la igualdad.

"Desde la rnuerte del líder guerrillero Jacobo Arenas por un infarto, hace unos cinco años", cuenta Zavala, "empezó a ascender en el secretariado de las FARC Jorge Briceño, El Mono Jojoy, que es hoy quien realmente manda en la guerrilla, por encima de Manuel Marulanda [el famoso Tiro Fijo, de 67 años]". A partir de ese momento, asegura Zavala, "se establece una alianza entre la guerrilla y los narcos y se pierden los objetivos revolucionarios". "El negocio de la guerrilla es ahora el gramaje, el impuesto que se cobra al comprador de pasta de coca. Por cada kilo se pagan mil dólares (unas 130.000 pesetas)". Esta bonanza económica, según Zavala, ha hecho que aumente el número de guerrilleros "ahora serán unos9.000"- y la compra de armas, fundamentalmente a Venezuela y Centroamérica.

Pero Zavala no quiere vender su historia, sino pedir clemencia para dos compañeros de guerrilla condenados a muerte por la propias FARC, concretamente por el comandante del 11º' Frente, Gaitán Gutiérrez. Se trata de John Jairo, un chaval de 14 años, hijo de una familia diezmada por los soldados y los grupos paramilitares que, según Zavala, "aún se orina todas las noches en la cama", cuyo crimen fue robar una radio a un campesino. Inmediatamente fue acusado de "robo a las masas", sometido a consejo de guerra y condenado a ser fusilado. La pena se ejecutará, cuando alcance la mayoría de edad revolucionaria, los 15 años, el próximo 11 de septiembre.

El segundo caso es el de Zorani, una chica de 16 años, que a los 12 fue vendida por su tía por 10, dólares (unas 1.300 pesetas) a un terrateniente. Tras ingresar en la guerrilla, enseguida se convirtió en una concubina de Gaitán Gutiérrez. Zoraniquiso denunciar su situación ante sus superiores de la FARC, pero fue acusada de ser infiltrada del Ejército y se le instruyó un consejo de guerra. "No sé si ya estará muerta", dice Zavala, la única arma de esa niña es el sexo".

Ambos casos no son una excepción. El problema de los niños guerrilleros, los pelaos, ha llevado al Gobierno colombiano a lanzar una campaña nacional para ayudarles a dejar las armas. Como tampoco lo es la arbitrariedad de la justicia revolucionaria. Aún se recuerda en Colombia al guerrillero Braulio Herrera, en paradero desconocido desde hace casi una década, de quien se dice que ordenó fusilar a 95 compañeros.

Zavala dice sentirse "estafado".- El grito de "patria o muerte" se ha convertido para él en destierro o corrupción.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_