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LA LUCHA POR EL KREMLIN

El quinquenio de Yeltsin

La era poscomunista ha traído un total cambio de puntos de referencia en lo ideológico, lo económico y lo político

Pilar Bonet

Hace cinco años, el 12 de junio de 1991, Borís Yeltsin, el abanderado de la ruptura con el comunismo, fue elegido presidente de Rusia en unas elecciones que fueron simultáneamente el fruto y la sentencia de muerte para la perestroika, el programa de reforma paulatina del líder soviético, Mijaíl Gorbachov. Los días de la Unión Soviética estaban contados cuando Yeltsin viajaba por provincias desenmascarando los privilegios de las clases dirigentes y exhortando a los territorios de Rusia a tomarse toda la soberanía que pudieran digerir. El Kremlin trató de salvar el Estado mediante la firma de un Tratado de la Unión que transfiriese amplias competencias a las repúblicas soviéticas, pero era tarde.Los rusos querían un cambio radical. Y lo tuvieron. Tras las elecciones, Yeltsin cortó los hilos de aquella tela de araña que era el Partido Comunista de la URSS (PCUS). Prohibió las células comunistas en las empresas, tras el golpe de Estado de agosto de 1991, y obligó a Gorbachov a abolir el PCUS y confiscar sus bienes.

Durante unos días, Rusia se sintió joven, fuerte, capaz de romper nítidamente con el pasado. Y los aires frescos de agosto, aquella sensación de ligereza, de haberse purificado en la defensa de las libertades cívicas, inspiraron los inicios del quinquenio Yeltsin.

Este político defendía un modelo de Estado que rechazaba la noción de Imperio y era un aliado de las élites nacionalistas de las repúblicas soviéticas frente al KremIin. Por eso, el colapso final de la URSS en diciembre de 1991 fue acogido como algo natural por el equipo del presidente ruso. Gorbachov no tenía nada bajo sus pies: ni el Partido, ni el Ejército, ni sus conciudadanos, que lo veían -y lo ven todavía- como un cuerpo extraño, falto de la dureza necesaria para mandar en Rusia.

El quinquenio poscomunista ha traído un total cambio de puntos de referencia, en lo ideológico, lo económico y lo político. Ante cambios de tal envergadura, puede pensarse que los rusos han cruzado el espejo entre un mundo de ficción y la realidad. Sin embargo, ante un profesor de universidad convertido en mendigo, ante los refugiados de Asia Central que duermen en las estaciones de Moscú y ante las decenas de miles de muertos de la guerra de Chechenia, hay que preguntarse si el paso a través del espejo no se podría haber hecho con menos desgarrones.

Entre los hitos del quinquenio de Yeltsin está la liberalización de los precios que, en enero de 1992, puso en marcha Yegor Gaidar al frente del primer gobierno poscomunista. La inflación se disparó y los ahorros que millones de rusos habían acumulado durante toda una vida se esfumaron. Gaidar sólo logró imponer su línea unos meses. El fue quien liquidó la escasez de bienes de consumo y las colas e hizo convertible el rublo.

A mediados de 1992, los sectores tradicionales en la economía soviética volvían a dictar su voluntad al Gobierno y se negaban a someterse a las reglas de juego liberales. El Kremlin, necesitado de apoyo político, hizo concesiones tanto a los grandes grupos de presión económicos como a las regiones, y no se atrevió a aceptar las probables implicaciones sociales -el paro y huelgas- de una nueva política industrial coherente con la nueva estrategia. Además, invertir en la industria rusa no era rentable, y sigue sin serlo.

El Kremlin se orientó hacia los créditos baratos para los amigos (fueran estos empresas, bancos o regiones) y el mantenimiento de fábricas a menudo agónicas. Los que habían recibido privilegios para incorporarse al mercado decidieron nadar (en el mercado viciado) y guardar la ropa (de los privilegios estatales). El acceso a las materias primas, el petróleo, el gas, y los productos exportables de Rusia ha creado clases bastante endogámicas que son las principales defensoras de Yeltsin. A fines de 1992, el teórico Gaidar fue sustituido al frente del Gobierno por el pragmático Chernomirdin, quien había sido el jefe de Gazprom, el monopolio estatal de gas y una de las compañías más ricas del mundo. Desde la llegada de Chernomirdin, el Gobierno ruso ha sido principalmente una coalición de representantes de diversos sectores económicos, con el pragmatismo inmediato por ideología.

Una colosal campaña publicitaria trató de hacer creer a los rusos que los bonos de privatización que se repartieron entre toda la población les convertían en propietarios de los bienes del Estado. Aquellas esperanzas, sin embargo, no se confirmaron, y las grandes empresas de la economía rusa se han convertido formalmente en sociedades anónimas, pero en la práctica la gestión corresponde a los antiguos directores o a los miembros de la nomenklatura a los que el Gobierno ha facilitado el acceso a la propiedad.

En el otoño pasado, un amañado programa denominado "privatización bajo fianza" puso en manos de los bancos amigos del Gobierno algunas de las mejores empresas de Rusia.

La mayoría de los rusos se ha resignado ya a la pérdida de los bonos de privatización y los ahorros que invirtieron en los fondos financieros especulativos, que medraron y timaron a los ciudadanos de a pie sin que el Gobierno hiciera nada por impedirlo. El año 1994 pasará a la historia rusa como el del derrumbe de las pirámides especulativas comerciales.

Algunos expertos pronostican que 1996 puede inscribirse en la historia económica de la Rusia poscomunista como el año de las pirámides especulativas del Estado, ya que el Gobierno ha lanzado peligrosas emisiones de obligaciones a altos intereses para compensar el déficit presupuestario y atender a la campaña electoral de Yeltsin.

Durante el quinquenio, el sistema político se ha hecho más arcaico, ya que la Constitución de diciembre de 1993 minimiza la posibilidad de control del Ejecutivo, por el Legislativo y da al presidente enormes poderes, pensados para que no se repita, un choque con el Parlamento como el de octubre de 1993.

En su campaña electoral, Yeltsin se ha apoderado de las armas de sus rivales en diferentes ámbitos (concesiones sociales, proteccionismo, retórica imperial). Este hecho indica que las ideas liberales con las que el presidente comenzó su singladura no han podido imponerse, en gran parte porque sus mismos defensores hicieron trampas y ahora pagan las consecuencias. Y por eso, Yeltsin acaba ahora el quinquenio como lo empezó: luchando contra el comunismo. Aunque para ello tenga que enmascararse con palabras y fórmulas de sus adversarios.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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