La selectividad
Como todos los años por estas fechas miles de jóvenes preparan la prueba de acceso a la universidad, el temido examen de selectividad. El año habrá sido duro para ellos, por un lado por la extensión de los programas del curso de orientación universitaria (COU) y por otro, porque padres y profesores al recordar con insistencia la importancia del examen, pueden generar un estado de ansiedad poco recomendable para quien ha de realizar una prueba de la que dependerá estudiar o no la carrera deseada. Entre los numerosos argumentos utilizados a lo largo del curso, más de una vez se habrá dicho "te lo juegas todo a una carta".Esta frase, o mejor su significado, es una de las falacias creadas en torno a la selectividad. ¿Se puede decir que se juega todo a una carta un estudiante cuya nota para acceder a la universidad será el promedio entre la obtenida en selectividad y la nota media de los cuatro cursos de enseñanza secundaria?, ¿no sería más cierto decir que se llega a la selectividad con gran número de cartas jugadas a lo largo de cuatro años y casi 40 asignaturas?
Los estudiantes deberían saber, también, que se les promediará con su nota media de bachillerato si obtienen cuatro o más puntos en la prueba y que cerca del 90% de los alumnos que se presentan en junio consiguen aprobar la selectividad. Otra cuestión es que algunos desean estudiar carreras para las que se ofertan pocas plazas y eso hace que sólo puedan acceder a ellas quienes obtengan puntuaciones elevadas, ya que se ordenarán las solicitudes de mayor a menor nota cortando por aquélla que coincida con el número exacto de plazas ofertadas. Estos estudiantes deben ser conscientes de la dificultad para ingresar en algunas titulaciones si la nota de bachiller no es alta. Un año tras otro, comprobamos que la nota final de selectividad, la que sirve para ordenar, es aproximadamente un punto más baja que la nota media de bachiller.
Aunque el 90% de los estudiantes superan la selectividad, sólo dos tercios de ellos, al menos en nuestra universidad, obtienen más de cinco puntos en la prueba, es decir, casi un tercio de los que superan la selectividad lo hacen gracias a la nota media de bachiller. Por otra parte, según un estudio del Servicio de Informática de la Universitat de Valéncia en más del 50% de los estudiantes se podría inferir con exactitud su nota final a partir de los resultados de BUP y COU. Se trata de argumentos contra la creencia de que "se juega todo a una carta", pero también son elementos de reflexión sobre la propia utilidad de la prueba.
Si al hecho de que aprueben 9 de cada 10 aspirantes, añadimos que las peores puntuaciones se obtienen en las materias específicas, que deberían ser las determinantes para optar a una determinada carrera, empezamos a tener argumentos para opinar que si el objetivo de la prueba es seleccionar a los estudiantes para las diferentes titulaciones universitarias, el diseño que utilizamos no es el mejor Y que aprovechando la enorme experiencia que se tiene del mismo debería ser revisado para hacerle cumplir de forma más adecuada su función. No nos parece aceptable mantener un procedimiento tan complejo, con tan elevado coste económico y sobre todo, que produce tanto sufrimiento cada año, si éste sirve sólo para ordenar con vistas a su ingreso en la universidad al 90% de los alumnos que se presenten.
La LOGSE ha introducido cambios notables en el bachillerato pero no ha modificado la estructura de las pruebas de acceso a la universidad. En un sistema educativo que ha reformado la enseñanza secundaria y la universitaria no parece lógico mantener inamovible el puente entre ellas. La modificación profunda del procedimiento de acceso a la universidad no debería hacerse esperar mucho.
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