El reino de los soldadores
Apenas son las seis de la mañana. El ruido de los camiones, excavadoras y todoterreno del campamento de responsables de obra en M'Jara, a 350 kilómetros al suroeste de Tánger, hacen imposible el sueño. Desde hace varias semanas es necesario dar una vuelta de casi 200 kilómetros para llegar al punto de obra porque las Iluvias han destrozado la maltrecha carretera que bordea la presa de Al Wahda, la segunda de África después de Asuán, en el Nilo. No existe otro camino.Llama la atención el índice de todoterreno por metro cuadrado así como la ensalada de nacionalidades que duermen en un centenar de casetas prefabricadas. Marroquíes, argelinos, libios, filipinos, paquistaníes, indúes, alemanes, franceses, italianos, españoles... comparten la inquietud por la dureza del tubo y la soledad de la zanja. Bastan tres minutos de conversación y rascar un poco en sus sentimientos para que salga a relucir la familia y los hijos, añorados por la mayoría de ellos.
Marruecos es un país de olores especiales y de contrastes, donde se puede encontrar un aparcamiento de 100 asnos perfectamente alineados junto con tejados muy humildes repletos de parabólicas. Las empresas que construyen el tramo marroquí han desplazado a sus especialistas más cotizados. Y entre ellos, sobresalen los soldadores, auténticos top de este oficio que antes se curtieron en centrales nucleares, gasoductos de menor diámetro y obras similares. Pueden llegar a cobrar casi un millón de pesetas al mes. Son las estrellas y de ellos depende la soldadura de miles y miles de tubos que atraviesan el corazón de Marruecos, que en este mes de mayo puede confundirse con la Asturias más verde por las últimas lluvias.
Lucio Ortiz, un riojano en los cuarenta, sabe que su trabajo de soldador especialista en grandes tubos supone dar saltos de un país a otro. Gana dinero pero hay largos meses sin tajo. Su intención es montar una pequeña empresa de soldadura en su tierra natal y olvidarse de las "países lejanos".
Los técnicos que trabajan en obras de este tipo adornan su carácter con una capa de dureza casi militar y la añoranza de su lugar de origen. Después de diez horas de duro trabajo, al campamento se llega con pocas ganas de fiesta. Existen calendarios con tachaduras como en los cuarteles. En la carpa central, un comedor de campaña con una humareda que envuelve un batiburrillo de idiomas. Al fondo, un televisor siempre conectado a Eurosport.
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