La puta más estúpida de la ciudad
Este hombrecillo (Manuel Galiana) tuvo mala suerte: le iba mal el día, o el año, vio una chica atractiva y consumible, se la llevó y le fue a tocar "la puta más estúpida de la ciudad". Cuando lo dice él, ya muy entrada la obra, yo ya lo sabía: bastaba con oírla hablar, y sus remilgos, y sus vulgaridades; su falta de gracia, de atractivo. De ninguna manera hablo de la actriz (África Gozalbes, llegada de telecomedias) que lo hace muy bien (la comedia es para ella) sino del personaje de papel, la chica inventada.Debía ser graciosa, femenina, picarona ingenua, atractiva: es reventante. No tengo la menor experiencia de como son las putas de la ciudad, pero pienso que no pueden ser tan cargantes como la que ha inventado Junyent: (Hay que deshacer la casa) no ganarían un céntimo. Bueno, tampoco ésta: y su cliente está desesperado, pero no puede desprenderse de ella, por estas circunstancias que pasan en el teatro y que van en contra de la naturaleza. A no ser que, como se va explicando en un final que tarda en llegar, haya un punto de caridad y de bondad en él, y una posibilidad de convertirlo en amor, una vez que se ha convencido de que ella y él son desechos de esta sociedad, dos marginales, dos maltratados.
Trato carnal
De Sebastián Junyent. Intérpretes, Manuel Galiana y África Gozalbes. Dirección, Sebastián Junyent. Madrid. Teatro Lara, 22-5-96.
Y, segundo factor, o quizá primero, la intervención de la Virgen, a la que la muchacha se encomienda en sus apuros. El sainetillo de hotel de paso se va convirtiendo poco a poco en comedia de amor y de milagro; y la chica devuelve el dinero (tengo entendido que pasa a veces: incluso que lo regalan ellas), suprime sus tarifas, suplica amor y terminan en una cama que no fue hollada por el trato, sino por el amor.
No sé qué pasa después: quizá una pareja para la eternidad. Pero sé lo que pasa en medio: para conseguir la hora y media de espectáculo (tampoco era necesario tanto tiempo, pero cuando las butacas se cobran a 3.000 pesetas parece que tienen una obligación, por lo menos, de tiempo debido) la cuestión se alarga: el propio autor va acumulando los obstáculos para que la pareja no se separe por cualquiera de los dos medios posibles (el cumplimiento del trato o la irritación del cliente ante la más estúpida de las putas) y pueda haber lo que en la vieja retórica se llama "el tránsito", o la mutación de los caracteres que han de pasar de desconocidos a hostiles, de hostiles a amatorios.
Ahora la sintaxis es mucho más rápida, y los tránsitos se entienden en unos segundos, gracias sobre todo a la televisión: aún dedicado a las narraciones de televisión, el autor de la comedia no tiene esta virtud, sin duda porque son las series de la televisión española, que a su vez están inventadas para el relleno del tiempo y la prolongación de los capítulos y de su número con rellenos y tiempos muertos. Nadie tarda más en bajar o subir una escalera que un personaje de serie española, o de comerse un bocata.
Esta es una digresión, pero viene a tratar de justificar esta retórica de la prolongación del tiempo: tratándose de un diálogo, ni siquiera deja el recurso de que otros sucesos, otros personajes, ayuden a la transición. Junyent lo resuelve con lo que en otras obras suyas ha sido fundamental: el diálogo. El suyo es suelto, fresco, bien escrito: lástima que esos otros acompañantes de un diálogo de teatro, que pueden ser la profundidad, el pensamiento o el ingenio y el humor, no tengan ocasión de estar presentes.
El estreno, en un teatro Lara rodeado por todas sus esquinas de señoritas respetuosas como las llamaba Sartre (que diferencia con su "putain"; o con Irma, la llamada dulce; o con la que vendía horas al cliente de Jacques Deval; o con las de Chéjov, de Afanasiev, de toda la literatura universal; hasta con la melodramática y por otras razones reventante del padre Martín Descalzo, que también la aproximaba al cielo), produjo mucho entusiasmo entre los invitados.
Ojalá lo produzca, también, entre los clientes (de teatro) de los días sucesivos. Es un local que necesita su resurrección rápidamente; y unos actores que se merecen el premio de los aplausos.
Babelia
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