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FERIA DE SAN ISIDRO

Aquí un torero

Confirmó la alternativa José Tomás y obtuvo un éxito legítimo: la oreja pedida por aclamación popular, el reconocimiento a su valor y a su torería.Confirmó la alternativa... Es decir: era nuevo en Madrid como matador. Y hubo que hacer las presentaciones: aquí un torero, aquí dos compañeros del taller.

Más acertado hubiera sido decir dos vecinos del barrio, o dos conocidos, o mejor aún dos desconocidos, porque esos compañeros del taller y José Tomás no parecían dedicarse al mismo oficio.

José Tomás toreaba con capote y con muleta. Él a lo suyo, que era dominar al toro, embeberlo en los engaños, arriesgar lo que fuera menester, ceñir las suertes -tal que en el toro de la confirmación- y, además, alcanzar el triunfo, poner de acuerdo al público novato y a la afición veterana en que, efectivamente, había allí un torero.

Jandilla / Ortega, Jesulín, Tomás

Toros de Jandilla (dos rechazados en el reconocimiento, uno devuelto por inválido), 1º terciado, flojo y manejable, 3º impresentable e inválido, 5º con trapío e inválido. De Criado Holgado: 4º con trapío, manso; 6º sin él, devuelto por inválido. Sobreros de Guardiola Domínguez: 2º bien presentado, bravucón; 6º anovillado, flojo, manejable. Ortega Cano: media estocada tendida trasera, pinchazo bajo, estocada corta trasera -aviso- y descabello (bronca); pinchazo -aviso-, pinchazo y media a paso banderillas (división y saluda). Jesulín de Ubrique: bajonazo y descabello (silencio); aviso antes de matar, bajonazo perdiendo la muleta y descabello (silencio). José Tomás, que confirmó la alternativa: pinchazo hondo caído (ovación y salida al tercio); pinchazo y estocada (oreja).Plaza de Las Ventas, 14 de mayo. 4ª corrida de feria. Lleno.

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Toreros quieren el arte y la fiesta. Con toreros -unos seres especiales que hacen de su oficio liturgia y lo viven con la fe propia de los catecúmenos- la tauromaquia no estaría en cuestión ni los taurinos bajo sospecha.

Con toreros la fiesta no precisa autorregularse. Ahora bien, si de compañeros del taller se trata, ése ya es distinto asunto.

Los compañeros del taller de José Tomás necesitan para realizarse el toro de la autorregulación. Y salió. Uno de ellos, que correspondía a Ortega Cano, lo devolvió, el presidente al corral. Otro, que correspondía a Jesulín de Ubrique, no lo devolvió pese a su inutilidad manifiesta y hubo por este motivo muchas broncas y rechiflas, alternativamente. A los aficionados, cuando salta a la arena una especie de novillo medio mocho e inválido, unas veces les da por reír, otras por llorar.

Por mor de las sustituciones a Ortega Cano le correspondió lidiar toros y el hombre estuvo patético. En uso de las normas aún no dictadas de la autorregulación, cambiado el primer tercio ordenó al picador que le pegara otro puyazo al toro y el picador fue y se lo pegó. Así, con todo el descaro, que en castizo llaman morro. Medroso y espantadizo Ortega en ese toro inocente, al cuarto, cuya mansedumbre tenía alborotada la plaza y sumidas en el desconcierto las cuadrillas, le toreó por naturales.

Lo que se dice: ¡por naturales! Galopaba despavorido el toro de un lado a otro del redondel, lo recorría en círculo barbeando las tablas y acá o allá se encontraba con Ortega Cano que, presentándole la muletilla en la izquierda, lograba enjaretarle el natural. Cierto que la reacción del toro por ese lado antes era escupirse que embestir, pero eso también es mérito que lo vea y lo aproveche un torero. Lo malo de Ortega Cano fue que se pasó de intentonas, sufrió un desarme y acabó poniéndose pesadísimo.

Jesulín instrumentó el toreo de su especialidad en sus dos inválidos -fuera cacho, el pico, los de pecho empalmados, los parones, la monserga- y dejó indiferente al público.

La torería brillaba por su ausencia hasta en lo que siempre fue inherente a la vocación torera: acudir: al quite si hay un colega en peligro. Los toreros autorregulables lo entienden de distinta manera y ante la caída al descubierto de un picador -el toro rebufando en sus cercanías- se marcaron una de disimulo.

Un repaso y un baño dio al final el, neófito a sus compañeros de taller, y bien merecido lo tenían. Impertérrito ante las embestidas inciertas y alguna colada escalofriante del sexto toro, José Tomás le fue desgranando una faena de menos a más, ligó una hermosura de naturales, otra de redondos, convirtió en estatuarias las manoletinas, entró a matar volcándose sobre el morrillo... Y la plaza fue un clamor. Había hecho su presentación un torero y la afición lo acogía con el júbilo que es propio de los grandes acontecimientos.

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