Tauroficción: la Fiesta del siglo XXI
El tiempo pasa con una velocidad vertiginosa, y, hallándonos en los albores del siglo XXI y de un nuevo milenio, imaginar hipótesis situadas temporalmente unos años más allá del 2000 no supone, a estas alturas, instalarse en los estrictos márgenes de la ficción científica. Por eso, cuando pienso lo que puede ser la fiesta de los toros dentro de quince o veinte años, de seguir por su actual pendiente de degradación y olvido de los que fueron sus cánones clásicos y sus normas irrenunciables, más que sumergirme en una pesadilla reversible, propia de un relato de Julio Verne, siento el temor dimanante de una hipotética realidad calamitosa ni tan distante ni tan imposible como un viaje al centro de la Tierra.No sería difícilque, después de dos o tres lustros completamente al margen del mundo de los toros o tras una larga estancia en un lejano país, un viejo aficionado, al intentar reencontrarse con su pasado taurino en la plaza de Las Ventas, no pudiera reconocer en ella ni una mínima parte de lo que fue en otro tiempo.
Allá por el año 2010, por decir una fecha no tan lejana, el repatriado acaso experimentara una primera impresión terrible al desembocar, calle Alcalá abajo, en la explanada de la Monumental. Un enorme artilugio vanguardista anclado al exterior del coso y sujeto con enormes vientos de acero hacía las veces de techumbre del ruedo. Un grupo de arquitectos de gran nombradía pero que jamás había pisado antes una plaza de toros habría sido el encargado de convertir la Monumental en el capricho anhelado por unos cuantos taurinos ambiciosos y por esos sectores potentados del mundo de los negocios recientemente interesados por el lado más folclórico y trivial de la fiesta pero gravemente preocupados por el deterioro que las inclemencias del tiempo podrían causar a sus trajes de Armani y por la ruina de los peinados de sus distinguidas acompañantes en las barreras y filas bajas de sombra.Alteración del nuevo ordenAnte aquella fantasmagórica imagen, que le recordaba al Estadio Olímpico de Múnich y a otras construcciones colosales para espectáculos de masas, cuando el viejo aficionado logró superar su estupor inicial, preguntó al' taquillero que le vendió la entrada: "Oiga, ¿y qué opina de esto la afición?". El responsable del despacho de billetes, que peinaba canas y había conocido la plaza desde los años setenta del siglo XX, le contestó resignado e irónico: %Qué dice usted de afición? ¿Se refiere a esos que entendían de toros, que no se dejaban engañar por ningún pegapases de tres al cuarto y que protestaban desde los tendidos 7 u 8 cuando aquí había tongo? ¡Huy", exclamó el veterano taquillero, "cuánto tiempo hace que no viene a los toros, amigo mío! Ésos fueron aburriéndose poco a poco, y los que resistieron hasta el final fueron expulsados de la plaza por alteración del nuevo orden taurino y despojados de su abono por el Tribunal de la Confederación".
Con su entrada en la mano, el emigrante retornado a su querencia taurina comenzó a caminar despacio hacia el patio de arrastre; por ella solía entrar a la plaza años atrás para dirigirse hacia su abono, situado en la última fila del tendido alto del 4, pegando al 3. No entendía nada; no conocía a nadie. Para evadirse en medio de aquel ambiente extraño, y temeroso del panorama extravagante que se encontraría al entrar al coso cubierto por aquel artilugio extraterrestre, empezó a leer, rutinaria y distraídamente, el programa del festejo. Un recuadro al pie del texto decía: "Se observará con todo rigor cuanto preceptúa el Reglamento dictado por la Comisión Autorreguladora de la CAPT (Confederación de Asociaciones de Profesionales del Toreo) en su reunión celebrada a tal efecto. En aplicación de lo dispuesto por la citada normativa, la empresa no dispondrá de ningún sobrero". Comprendió entonces el grado de degradación al que había llegado el irreconocible espectáculo que se disponía a presenciar. Rompió su entrada, la tiró y se fue a su casa. Nunca más volvería a pisar una plaza de toros en esas condiciones.
Babelia
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