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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Parálisis sahariana

VEINTE AÑOS después de la retirada del último soldado español del Sáhara Occidental, la población de ese territorio todavía no ha podido pronunciarse libremente sobre su destino, y a tenor de lo propuesto por Butros-Gali al Consejo de Seguridad dé la ONU, va a tardar mucho en hacerlo... si es que lo hace. Abrumado por los problemas para realizar un censo fiable de votantes, Butros-Gali propone una suspensión de ese proceso y una reducción casi total de los efectivos de la ONU asignados a esta misión.Esa propuesta, además de un nuevo fracaso estrepitoso de la ONU, supone el mantenimiento del status quo. Marruecos no ha conseguido que la comunidad internacional acepte su soberanía sobre el Sáhara Occidental, pero controla la mayoría de su territorio, incluidos los fosfatos, las ciudades y el banco pesquero. Por su parte, los independentistas del Polisario no han logrado doblegar militarmente a Marruecos, ni han podido desestabilizar el firme compromiso de la población marroquí con su monarquía en lo que a este conflicto respecta, pero cuentan con la baza de la simpatía que su causa suscita a través del mundo y también en la opinión pública española. En cuanto a los civiles saharauis, continúan amordazados, sin poder ir a las urnas decir lo que quieren ser.

España tiene una grave responsablidad en este conflicto. Sorprendida por la marcha verde en el momento de la agonía y muerte de Franco, la España de entonces adoptó una doble decisión: ceder la administración, que no la soberanía, del Sáhara Occidental a Marruecos, y subrayar que, de acuerdo con sus compromisos y con la legalidad internacional, esta solución era provisional, puesto que los saharauis debían ser convocados a un referéndum de autodeterminación. Pero la consulta se retrasa una y otra vez a causa de la discusión sobre el censo electoral de una población históricamente trashumante. Argumentando que muchos saharauis no estaban en el territorio en el momento en que los españoles efectuaron el censo de 1974, Marruecos quiere añadirle varias decenas de miles de personas. El Polisario asegura que el reino de Hassan II pretende así introducir en el censo a una mayoría de no saharauis leales a Rabat, y reclama que las listas sean lo más parecidas a las establecidas por los españoles. En estas circunstancias, el proceso de identificación de los candidatos a votantes puesto en marcha por la ONU ha fracasado.

Así las cosas, el conflicto está estancado y no parece que haya por parte de ninguno de los gobiernos relacionados con el asunto mucho interés por resolverlo. Parece, pues, Ilegado el momento en que Marruecos y el Polisario asuman que deben celebrar conversaciones directas al más alto nivel para buscar una salida negociada. ¿Están preparados para hacerlo? ¿Quién puede ejercer el papel de mediador? La ausencia de respuestas a esas preguntas hace temer que el legado de desconcierto y sufrimientos dejado por la desastrosa descolonización española va a perdurar más allá del fin de siglo.

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