Del pacto al consenso
Hace pocos días, el señor Durán i Lleida, dirigente de Unió Democrática de Catalunya, pronunció en el Club Siglo XXI una conferencia simplemente magistral. Por el fondo y por la forma. Por los temas elegidos y la manera rigurosa, elegante y valiente de abordarlos. En efecto, las cuestiones planteadas fueron tres. La reorganización del Estado por la vía de la plurinacionalidad. La reforma económica para alcanzar la convergencia real con Europa, asegurar la competitividad y pasar de un Estado de bienestar, al parecer obsoleto en muchos aspectos, a una sociedad de bienestar. La profundización de nuestra democracia mediante la reforma del sistema electoral, de la financiación de los partidos y de los usos parlamentarios. Nada más y nada menos. Y la misma envergadura del proyecto plantea problemas estratégicos de no menor calado.Para empezar, el saber hasta qué punto una corriente regeneracionista como la descrita va, de veras, a influir en el pacto de gobierno. No faltan signos para esperarlo, desde las palabras, e incluso de las ideas de algunos dirigentes populares, hasta aspectos olvidados de su programa, pero tampoco faltan motivos para ponerlo en duda. Por ejemplo, la generalización del sistema autonómico está reñida con la verdadera plurinacionalidad, que ha de ser a medida, y no se ve signo alguno, en la vida práctica de los grandes partidos, de que quiera reformarse el sistema electoral por la vía de la democratización mediante la apertura de listas, la flexibilidad de su confección y la cercanía del representante a los representados. ¿En qué medida el regeneracionismo, que, como en otras ocasiones históricas, viene de más allá del Ebro, va a fecundar la política que se hace en Madrid?
Pero aún cabe plantearse una cuestión mayor, porque tales objetivos del Gobierno tocan a otras tantas cuestiones de Estado y, en consecuencia, como tal deben ser tratadas. Con los criterios propios del Estado, la generalidad y la estabilidad. En efecto, ni el reconocimiento constitucional, institucional y competencial de la plurinacionalidad, ni la reforma del Estado de bienestar ni la de la normativa electoral pueden hacerse por la mayoría gobernante, aun en el caso hipotético de que ésta estuviera dispuesta a hacerlo, porque se trata de cuestiones que van más allá del horizonte temporal de cualquier mayoría y sólo pueden ser abordadas entre todos. Al Gobierno constitucional y a quienes le apoyan más directa mente debiera corresponder la tarea de pilotar la empresa, pero para realizarla se requiere un gran consenso de fuerzas políticas y sociales tan amplio como fuera posible -y si no fuera amplio no lo sería- que permita a las fuerzas democráticas de derechas y de izquierdas, en el Estado y en sus diferentes naciones, protagonizar, corresponsabilizarse y capitalizar políticamente tan histórica tarea. Solamente así el proceso y los resultados quedarán fuera de la polémica política y se integrarán en el sistema como parte sustancial del mismo. Cuando se pretende emprender una profunda mutación de la Constitucion, no sólo política, sino económica y social, es preciso aplicar los mismos criterios de consenso generalizado que nos sirvieron para hacer la Constitución.
Ello requiere, por un lado, consolidar el pacto de gobierno hoy existente, haciéndolo realmente cumplible e introduciendo en su tracto dosis cada vez mayores de confianza, no siempre cuantificable si es que ha de ser eficaz. Pero, además, es preciso trascenderlo en un consenso aún mayor, especialmente con el principal partido de la oposición, si es que el mismo pacto ha de dar sus mejores frutos, que no pueden ser, precisamente, la colación de cargos públicos. Con ser importante tener Gobierno, lo es más aún gobernar, nada menos que para hacer Estado. De ahí la importancia del diálogo entre las fuerzas políticas en que el presidente Trillo insistía hace pocos días en un resonante discurso de altas miras con ocasión de la apertura de las Cortes. Un diálogo que, para ser tal, ha de renunciar a las virtudes imagineras de la polémica; pero que, además, para no ser mero chau chau, ha de llenar las buenas palabras con eficaces significados y la voluntad decidida -la de estar y la de regresar, sobre las que no hay duda- con la razón del buen hacer.
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