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Crítica:MÚSICA CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Entre Don Quijote y La Walkyria

Los dos conciertos de la Orquesta de la ópera Metropolitana de Nueva York, con su director titular desde 1973, James Levine, han constituido uno de los más altos puntos de la temporada de Ibermúsica. No en vano, se trata de una de las primerísimas formaciones sinfónicas dedicadas habitualmente a la práctica operística. La perfección individual y colectiva de la formación es admirable y se advirtió desde el primer momento en la obertura de Rienzi.Tras una rutilante versión, Levine, con los solistas de la MET, Jerry Grossman, violonchelo y Michael Ouzounian, viola, hicieron un Don Qujote de Strauss un tanto inhabitual por el enfoque y mucho más por la perfecta ejecución. Levine entiende estas variaciones caballerescas antes desde la mejor cohesión y el más claro análisis, que desde una idealización conceptual o una pasión que, salvo algún pasaje como la muerte del héroe, no constituye lo más característico de la formidable partitura.

Ciclo Orquestas del Mundo

Ibermúsica-Caja Madrid. Orquesta del Metropolitan de Nueva York. Solistas: R. Fleming, W. Meier, R. Pape y P. Domingo, cantantes; J.Grossman, violonchelo; y M.Ouzounian, viola. Director: J. Levine. Obras de: Wagner, Strauss, Brahms, Mozart y Gershwin. Auditorio Nacional Madrid, 7 y 8 de mayo.

Por contra, los cuatro últimos lieder nos llegaron tensos, interiorizados y emotivos en sus tonos crepusculares. El arte de la soprano Renée Fleming es de muchos quilates, en la belleza de la materia y en la técnica vocal. Asistida por orquesta y maestro con primor, el nuevo encuentro con estas dilectas canciones dejará largo recuerdo en todos los asistentes. Interpreta Levine las sinfonías de Brahms, en este caso la primera, con alta nobleza, razonada explicación y gran claridad analítica; a través de ésta se logra, por distinto camino, igual belleza impactante que otros grandes maestros consiguieron a partir de supuestos ideológicos y sentimentales. Ya es una experiencia apasionante seguir el juego dinámico, la simultaneidad, el enlace entre las partes o el estupendo y brillante ligado cantábile de los que es capaz la orquesta del MET.

Al rojo vivo

En el segundo programa el auditorio se puso al rojo vivo con la interesante oferta del acto primero de La Walkyria, con Waltraud Meier, Plácido Domingo y René Pape. Como por estos días, después del anuncio de la inauguración próxima del Real, con Parsifal-Domingo, la expectación aumentó dé grado y en el abarrotado auditorio podrían los especialistas en la materia haber suscrito la más variopinta crónica política y social, pues allí estaban todos con el presidente del Gobierno y el de las Cortes en cabeza.La verdad es que Plácido Domingo, de tan hermosos medios vocales como buena formación, es un todoterreno y así aborda con éxito una de las más hermosas y difíciles partituras wagnerianas como es La Walkyria. Su interpretación excede la tónica del concierto para erigirse en toda su dramaturgia. A su lado, una excepcional maestra de la lírica cuya voz, temperamento, dicción y saberes la convierten en ideal wagneriana, dictó lecciones y atizó emociones, como sucediera, hace tres años, en Bayreuth. La vitalidad, el impulso energético y la meridiana exposición de Levine y su orquesta despertaron tan largas ovaciones que se hizo necesario un bis añadido. Antes, se enfrentaron el Mozart de la sinfonía Praga, virtuosista, azogado, bien contrastado, y Un americano en París, de Gershwin, aquel gran músico elogiado por Schoenberg y Ravel, sin el que no acabaría de entenderse del todo la música del siglo XX en América o en París.

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