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Reportaje:

Clases en silencio

Un joven que nacío con sordera profunda estudia Arquitectura con la ayuda de un objetor

A Óscar Jiménez, que nació el 6 de mayo de 1976 en Barcelona, le apasiona dibujar. Tanto le gustan los lápices, los rotring y los cartabones que ha elegido ser arquitecto. En septiembre entró en la Escuela de Arquitectura de la Politécnica de Cataluña, tras aprobar la selectividad con nota alta. El curso anterior había estudiado delineación industrial. Nada excepcional, si no fuera porque Oscar es sordo profundo de nacimiento, lo que le ha impedido aprender a hablar de manera natural.Se sabe distinto, pero no es un joven acomplejado. Quizá porque su corta vida ya le ha enseñado que el tesón acaba siendo recompensado. Y también por su carácter extravertido y sociable. "Si te aíslas, acabas abandonándote; es bueno conocer gente y relacionarte", apunta con convicción, pero sin apenas vocalizar, con una voz nasal adquirida tras muchos años de sesiones de logopeda.

Óscar vino al mundo en un hogar de clase media. Su padre es un empleado de Seat, y su madre, costurera, tuvo que abandonar el trabajo poco después de casarse para dedicarse a sus tres hijos. Oscar es el mayor. Su historia está marcada por la constancia. Primero, la de su familia y, después, la propia.

El que los padres de Óscar apostaran por la integración escolar de su primogénito en un colegio ordinario y no en un centro especial para sordos marcó su futuro. Desde pequeño, compartió juegos y risas -las suyas, silenciosas- con niños que oían y, por supuesto, hablaban, como sus dos hermanos. Tras las clases, recibía ayuda logopédica.

Los logopedas que lo atendían decidieron no enseñarle el lenguaje de los signos para que se esforzara en comunicarse oralmente. Fue un acierto. De mayor, ha aprendido también a expresarse con gestos.

Tras finalizar la EGB, cursó la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) y bachillerato tecnológico en la escuela municipal Serrat i Bonastre, donde se aplica la reforma educativa desde hace años. En su etapa de estudiante de secundaria conoció a una persona que iba a ser muy importante en su trayectoria: Ferran Velasco, el logopeda del Centro de Recursos Educativos para Deficientes Auditivos de Cataluña (CREDAC), que lo tomó a su cargo.

Hace dos años, Velasco no se resignó a que Óscar, una vez acabado el bachillerato, abandonara los estudios y se pusiera a trabajar, como sucede con la práctica totalidad de los chicos sordos. Lo animó a prepararse para la selectividad. Dio todos los pasos para que se le hiciera un examen adaptado a su discapacidad y lo consiguió en parte. "Pedí que se le diera más tiempo y que se le permitiera usar el diccionario, y eso no lo logré; sin embargo, sí accedieron a no considerar las faltas de ortografía, salvo en la prueba de lengua. Y tampoco le hicieron examen de idioma", explica Velasco.

Ciscar sacó una nota suficientemente alta como para entrar en Arquitectura. El primer cuatrimestre ha sido un éxito. Ni el chico ni su logopeda se lo acaban de creer. "Pensábamos que debería hacer primero en dos años porque es un curso duro, pero, si las cosas siguen así, en uno y medio lo sacará", augura el logopeda. Óscar no es el único responsable de estos buenos resultados. Prácticamente desde septiembre tiene un ángel de la guarda particular. Se llama Enric Moragas, está a punto de cumplir 29 años, estudia quinto de Arquitectura, es objetor y hace la prestación social sustitutoria (PSS) dando su apoyo a Oscar.

Moragas, que nunca se había relacionado con ningún sordo, resuelve las dudas de su pupilo hasta donde puede y asiste con él a las clases de una de las asignaturas, Proyectos, que a Óscar le resulta de difícil comprensión. Le dedica por lo general de dos a tres horas diarias. Los dos futuros arquitectos han establecido su propio código de comunicación, que les funciona, y muy bien, aunque hay días que Moragas duda de que esté preparado para, asesorar a Óscar.

"Hacer la mili debe de ser peor", reflexiona, "pero ayudar a Óscar me exige un gran esfuerzo que no tengo claro que esté bien dirigido. Eso sí, a nivel humano la experiencia es absolutamente enriquecedora". Óscar, que entiende a su preceptor leyendo en sus labios, sonríe. Para él, también.

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