Tiempo de confusión

Para celebrar ese Día Internacional de la Danza que la Unesco promulgó hace unos años un grupo de artistas se subió altruistamente al escenario del Albéniz y bailó, cada uno en su cuerda, con esa idea de fiesta colectiva, reivindicativa y amable. Hubo variedad en gustos y calidades, y los generosos aplausos del público dejaban claro que se trataba de una jornada especial. Desde el folclore hasta el ballet académico y la danza contemporánea, todo un aire plural, que era lo que pedía tal gala.Destacó el Nacho Duato bailarín en el mejor fragmento de ese ballet fallido que es Mediterrania. Su baile con las hojas de palmera es una pieza que vive por sí misma. Otra cosa sería verlo bailado por otro artista, acaso no llegaría tan hondo en el público (que le vitoreó largos minutos), no sería lo mismo: Duato le da una dimensión y una escala muy precisa a esa danza entre lo ritual y el monólogo tormentoso, parte de su verticalidad y se impone, gana terreno al espacio y por fin domina asunto, ritmo y ese paso largo que caracteriza su danza personal. Ha dicho que se retira de la escena, y es una pena. Por sobre otras consideraciones, su verdadera excelencia está en su cuerpo, en su interpretación de la danza, propia o ajena.

Cítese además a Antonia Andreu, como siempre valiente, concentrada en su vocabulario y en su experimento formal y aritmético por encima de las modas. Su voluntad de estilo merece también el aplauso.

En el conciso comunicado que leyó Duato al principio del acto habló de temas candentes como la xenofobia y mencionó la frase "tiempo de confusión". Más que en sentido bíblico, el valenciano se refería seguro al resbaladizo terreno de la estética, y esta vez lleva razón.