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Tribuna
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Cuestiones de principio

En alguna ocasión tuve que recibir, en mi ya lejana experiencia ministerial, comisiones de algún cuerpo de funcionarios que pretendían una mejora en su retribución, para lo que solicitaban una subida en el coeficiente que definía los conceptos básicos del sobre a percibir a fin de mes; el coeficiente era el elemento de diferencia en tomo al que se producía el más encendido encarnizamiento: el cuerpo A tiene coeficiente 4 y nosotros el 3,5, pero nosotros justificamos tanta capacidad de retribución como los componentes del A: la, misma, o más, titulación, o esfuerzo, o peligrosidad, o delicadeza: es lógico que aspiremos al coeficiente 4. Ante la previsible observación obvia de que los tiempos eran malos para el gasto y, al fin y al cabo, tampoco la diferencia en pesetas era tan grande, se adelantaban: sabemos que es poco dinero, pero no es cuestión crematística, sino de principio: nuestra dignidad no nos permite aguantar más en esta categoría inferior.En uno o dos casos en que la conversación era más fluida y llana, me permití un rasgo de humor macabro: ¿qué les parece si conseguimos remediar su dignidad con el coeficiente, proclamado en ley solemne, pero sin efectos económicos? Les aumentamos de categoría, pero no de sueldo, y los principios, salvados: el de la dignidad y el más zarrapastroso de la contención del gasto público. Y es que los principios son necesarios y, a la vez, para echarse a temblar: suelen estar muy conexos con la cartera.

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Característica de los principios es su ductilidad: el mismo principio puede conducir a deducciones opuestas, según quien lo maneje; por ejemplo, hay autonomistas que dicen que el principio autonómico se ha de traducir en poder tributario generador de más rendimientos que los presentes; suelen anidar en Valencia, Cataluña, Baleares y Madrid; hay autonomistas para los que el principio autonómico profundo genera una obligación de los demás para mantenerlos por encima de los niveles que su exclusiva capacidad (económica) no permitiría; éstos abundan en Andalucía, Galicia y Extremadura, por ejemplo.

Por donde el mismo espíritu autonómico, y, más aún, nacionalista y aun independentista, genera dos aspiraciones contrarias: los ricos dicen que su idiosincrasiales da derecho a vivir de "lo suyo"; los pobres la traducen en. un derecho a vivir, al menos en parte, de "lo de los demás". Y, así, no dejan de surgir "deudas históricas" que, al parecer, gozan de condición imperecedera; son imprescriptibles y, sobre todo, insaciables. Ya se sabe que las necesidades, una vez satisfechas, se reproducen; el hartazgo es efímero. Deudas históricas, donde el deudor somos todos.

Los mitos fiscales se difunden con la misma facilidad que el cólera o la peste, la moda. Los ciudadanos no nacionalistas o no autonomistas se impregnan de ellos sin problema, de modo que no hay bandera política de estos signos que mejor se pueda enarbolar, dondequiera que sea, que la fiscal, y mejor si se enaltece con cualquier variedad de, historicismo: ser acreedor es cosa digna, es ser titular de un derecho, pero, si éste se califica de histórico, la dignidad llega al paroxismo. ¿Y quién se resiste ante la dignidad? Y, así, ahora reclaman deudas históricas Andalucía, Cataluña, y alguno más; dentro de poco, todos.

He visto, en Cataluña y Extremadura, pongo por caso, gentes que se consideran colectivamente agraviadas por la ominosa conducta fiscal del conjunto al que llaman Estado: lo que recibimos no vale lo que pagamos, con vulneración de la equidad y la autonomía, dicen unos; no recibimos lo que se nos debe, con vulneración de la equidad, en su forma más obvia, igualdad pura y simple entre nosotros y todos los demás, dicen otros; pagamos más que otros; recibirnos menos que otros; ya se sabe que los impuestos han sido, históricamente, poderosas palancas de reacción política; a veces con razón, es decir, conforme a los números; a veces sin ella, echando imaginación a las cuentas, materia en la que hay ancho campo para el ingenio.

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Confiemos en que los portadores de agravios y créditos históricos no pasen de la imprescindible demagogia; porque estos asuntos son dinamita; desde luego, hay que ser coherentes con el principio autonómico; y con el espíritu de emulación, a la vez; muchos quieren ser a la vez muy autonómicos y muy iguales; para conseguir esta casi cuadratura del círculo, que para la paz social es imprescindible, las demagogias no ayudan; son más bien una muestra de irresponsable estupidez.

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