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Tribuna:LA REFORMA DEL CAMPO
Tribuna
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¿Qué agricultura queremos para la Unión Europea?

Concebida desde la Conferencia de Stressa como una de las bases de la construcción europea, la política agraria común (PAC) es hoy considerada, desde muchos círculos de opinión, un obstáculo a ese proceso. Al no haberse introducido en ella los cambios que hubieran sido necesarios para responder a los problemas de la agricultura y el mundo rural, la Unión Europea (UE) ha dejado germinar la idea de que la PAC no tiene ya sentido ni para los agricultores ni para los consumidores.1. ¿Dónde está el sentido de una política dirigida a la conquista de los mercados mundiales pero que no se somete a las leyes del mercado? Cada vez son más numerosos los que opinan que, una vez alcanzada la autosuficiencia alimentaria, la UE no debe mantener su actual política proteccionista, ya que está contribuyendo a distorsionar los mercados mundiales y a sembrar un sentimiento de confusión, por no decir de impotencia, en los agricultores de los países en vías de desarrollo. A estos países les resulta más ventajoso a corto plazo comprar productos agrícolas en los mercados mundiales que apoyar el desarrollo de sus respectivas agriculturas nacionales. Favoreciendo el aumento de la producción para la conquista de los mercados mundiales, la PAC niega de hecho el principio sobre el que se basa. Seguir manteniendo como objetivo fundamental de la agricultura europea la pretensión de alimentar al mundo no tiene ya mucho sentido, puesto que ésta es en sí misma una aspiración que supone implícitamente negarle a un número importante de países la facultad de alimentar a sus respectivas poblaciones.

2. ¿Dónde está el sentido de una política agraria que no favorece la gestión de los territorios rurales ni la preservación del medio ambiente? En su forma actual superespecializada, la agricultura europea no contribuye hoy al equilibrio territorial, sino todo lo contrario, provocando el despoblamiento de áreas enteras convertidas en desiertos sin actividad y sin vida. Los antiguos territorios agrícolas caracterizados por su diversidad productiva son ahora sustituidos por zonas especializadas en cereales, porcino o productos lácteos, haciendo de nuestros espacios rurales un puzzle de piezas inconexas y dispares. En las regiones donde la producción se concentra y especializa, la contaminación ambiental se intensifica. En aquellas otras donde la actividad agraria está en retroceso, los baldíos ganan terreno, los caminos de acceso se, cierran e incluso la diversidad de la flora y la fauna salvaje se empobrece. Teniendo como criterio dominante el logro de los máximos rendimientos productivos, la agricultura se ha convertido en una simple actividad abastecedora de materias primas para la industria, sin tener en cuenta las implicaciones de su actividad sobre el medio ambiente, la calidad de los alimentos (piénsese en el problema actual de las vacas locas) o la ordenación del territorio. Al no cumplir ya las funciones reguladoras que le- caracterizaban como actividad, resulta cada vez más difícil dentro de la UE justificar para este tipo de agricultura la existencia de una política de apoyo público que incluso la nueva organización mundial del comercio invita a modificar.

3. ¿Dónde está el sentido de una política agraria que no contribuye a resolver el gran problema del empleo, el trabajo y la actividad? Hace cincuenta años, la población agrícola representaba el 35%,de la población activa total en Europa, mientras que hoy apenas llega al 6%, si bien con importantes diferencias entre regiones. Hace un siglo se necesitaba activo agrícola para alimentar de dos a tres personas, mientras que hoy alimenta a 60. La agricultura, como toda actividad económica, plantea el problema crucial de definir el rol del trabajo humano en el proceso de creación de riqueza, es decir, el rol del trabajo como valor y elemento regulador de la sociedad. La legitimidad de la agricultura como actividad digna de ser protegida no puede ser planteada sin valorar su aportación real a la generación de empleo.

La agricultura europea sigue siendo una actividad en marcha, absolutamente viva, que hay que mantener como base para la articulación de nuestros espacios rurales. Pero es también una actividad de efectos destructivos si no se le acompaña de una política de creación de empleo y riqueza sobre la base de nuevos productos de nuevas actividades que revaloricen los territorios y creen nuevos equilibrios.

La agricultura europea, en su expresión actual, no es ya portadora de futuro como sí lo era hace treinta años. Es un hecho que la UE necesita de su agricultura pero de una agricultura que sea capaz de adaptarse a los nuevos tiempos redefiniendo su rol y sus funciones. La agricultura europea debe responder a las necesidades de una población urbana que quiere un territorio vivo e integrado, y estamos convencidos que los agricultores ayudarán a ello, puesto que son los primeros interesados en buscarle sentido y nuevas perspectivas de futuro a su. actividad. Bien es cierto que los ciudadanos de UE tienen interés en conservar una agricultura eficaz y con presencia en los mercados mundiales, y esto lo es en especial en regiones, como las mediterráneas, interesadas en continuar avanzando en el proceso de modernización para acortar sus diferencias respecto a las regiones más desarrolladas de la UE. Pero es igualmente cierto que, como complemento a lo anterior, deben buscarse nuevos campos de actividad orientando los esfuerzos de los agricultores hacia nuevas producciones como las no alimentarías. La producción de bioenergía, que se ha convertido en un tema estratégico y medioambiental de futuro, o la producción de moléculas de base con destino a las industrias de síntesis, textiles o farmacéuticas abren perspectivas prometedoras que es necesario desarrollar.

Asimismo, la agricultura tiene que aprovechar su potencialidad en la producción de bienes que podríamos considerar como no-materiales, y esto en dos direcciones. En primer lugar, en lo relativo a la cultura, la salud, la gastronomía, el turismo, la educación y la formación de los niños. Nuevas profesiones están por inventarse para responder a las demandas de los consumidores y los ciudadanos en general, una demanda que va creciendo con la urbanización, la reducción del tiempo de trabajo, la semana escolar de cuatro días o la prolongación de la esperanza de vida, y que expresa un afán de las sociedades modernas por buscar una mejor comprensión de los lazos que les une a la naturaleza.

En segundo lugar, en lo que se refiere a la producción de paisaje, de medio ambiente, de agua, de equilibrio territorial. Un espacio territorial que reúna estos bienes naturales es, sin duda, más rico que un espacio contaminado, esquilmado, agotado.... y esto incluso desde un punto de vista de la contabilidad nacional. Esta riqueza existía antaño como algo natural, como algo que era resultante del ejercicio de la propia actividad agraria, haciendo converger el interés particular y el interés general. Hoy, por el contrario, si queremos paisajes armoniosos, tierra ricas, agua limpia, territorios vivos, un medio ambiente viable o una naturaleza variada y diversa, es necesario crear las condiciones para que ello sea posible. Un amplio campo de oportunidades se abre a los agricultores y a todos los que quieran ejercer las actividades y profesiones relacionadas con estas demandas.

Es en nombre de la creación de este otro tipo de riqueza, basada en bienes y servicios no materiales -no susceptibles de deslocalización al tener una base territorial y no mercantil-, que los agricultores pueden estar legitimados para apelar al conjunto de la sociedad a que haga un esfuerzo presupuestario en su favor. La agricultura sería merecedora de ese esfuerzo en nombre de su labor en pro de la creación, conservación y dinamización de un patrimonio vivo y sostenible, y en nombre también de su contribución al mantenimiento de la identidad europea, una identidad expresada a través de sus paisajes singulares.

De este modo, la agricultura recuperaría el rol fundacional que tuvo en las primeras etapas de la construcción europea, consagrándose a la realización de objetivos que afectan a todos los ciudadanos de la Unión Europea. De igual manera, la PAC volvería a ser uno de los elementos significativos del proyecto de construcción europea, un proyecto fundado sobre el sentimiento de pertenencia a una cultura enraizada sobre un territorio singular.

Edgar Pisani fue ministro de Agricultura francés y comisario europeo. Eduardo Moyano es sociólogo del IESA-CSIC en Córdoba. Paul Nicholson es agricultor vasco y dirigente del sindicato EHNE-COAG. Los tres participan en el grupo de Brugges, grupo europeo de reflexión sobre la agricultura y el mundo rural formado por una veintena de personas de muy variadas profesiones y nacionalidades. Versiones de este artículo se están publicando simultáneamente en otros diarios europeos.

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