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Los cortos buscan hueco en el mapa audiovisual

De las 2.000 salas de cine españolas, sólo una veintena proyecta cortometrajes

Rocío García

No es un sitio para quedarse. Es sólo un paso. Los cortometrajistas sueñan todos, y algunos, demasiados, se quejan. Sueñan con el largo, sueñan con ver proyectado su trabajo en una gran pantalla y que entre el público haya alguien más que sus padres, sus amigos o su abuela. De las 2.000 salas de cine que hay en España, sólo una veintena proyectan cortometrajes. Pero hay algo más: de los 104 cortos realizados el año pasado, sólo tres o cuatro gozan de la calidad necesaria para su exhibición, dicen los expertos. Mirando atrás, a sus orígenes en el cine, los recuerdos de los directores son bien distintos.

De media, un corto cuesta entre cuatro millones y cinco millones de pesetas. Tiene una duración, también media, de unos doce minutos y se rueda en cuatro o cinco días. O sea, casi un millón diario. Demasiado, quizá, para que luego no se proyecte por las razones que sean. Es la exhibición, o más bien la falta de ella, el principal problema que arrastran la mayoría de los 80 o 90 cortometrajistas que trabajan en nuestro país. Porque subvenciones no les faltan. El Ministerio de Cultura destinó el año pasado 180 millones de pesetas en dos convocatorias. Del centenar de cortos realizados en 1995, el 95% consigue una subvención que puede abarcar desde el 30% del presupuesto de la cinta si se trata de ayuda sobre proyecto hasta el 75% si consigue otra ayuda suplementaria por corto realizado, dependiendo de la valoración de la comisión de Cultura.Desde que se anuló la obligatoriedad de proyectar cortos o documentales en las salas inmediatamente antes de los filmes para adaptarse a la normativa europea, sólo una veintena de salas exhiben con regularidad algún que otro corto. En Madrid, sólo un cine, el Renoir, hace todas las semanas sesiones de madrugada con un paquete de cortos, que cambia cada dos o tres meses. Las sesiones, a pesar de lo intempestivo de la hora, cuentan con un público fiel y abundante. A falta de salas, el mundo del corto se mueve por los distintos festivales y las sesiones en filmotecas, instituciones o colegios mayores, como las celebradas hace un par de semanas en el colegio mayor San Juan Evangelista, en Madrid. Con la intención de "protestar por la inexistencia de una red de distribución donde exhibir este tipo de películas" Chema de la Peña, un economista de 30 años, decidió el pasado septiembre convocar a sus amigos y proyectar su segundo corto en plena plaza del Callao, en Madrid.

Quejas y críticas

Los cortometrajistas están unidos en la Plataforma de Nuevos Realizadores (PNR), creada en 1980 y presidida por César Martínez, quien, junto con otros socios, fundó hace seis. años una productora, Desiderius, con la que han realizado hasta el momento siete cortos y preparan su primer largo. Desde la PNR, además de editar una revista trimestral, Plano Corto, se busca salida a los cortos realizados, principalmente en los festivales. Sólo en España hay cinco festivales importantes dedicados al corto: Alcalá de Henares, Bilbao (internacional), Badajoz (en junio), Cinemajove de Valencia y Huesca.

Entre los cortometrajistas hay unos que se quejan, la mayoría, y otros que critican a los que se quejan, una minoría. Javier Fesser pertenece al segundo grupo. Madrileño de 31 años, tiene ahora mismo sus dos cortos exhibiéndose en cines de Madrid y Barcelona: El secdleto de la tlompeta y Aquel ritmillo. "A mí me llaman privilegiado", afirma Fesser, quien también tiene montada una productora con un socio con la que hacen publicidad y cuyos beneficios los destinan exclusivamente a producir cine. "Hemos producido mis dos cortos y ahora vamos a producir mi primer largo", señala Fesser. En opinión del director de El secdleto de la tlompeta, que ha acumulado numerosos premios y que provoca sonoras carcajadas entre el público de los cines Renoir de Madrid, "el cortometrajista se queja muchísmno". "Hay que ser muy consciente de que el cortometraje no es un formato comercial. No se puede esperar más del corto", dice Javier Fesser. Partiendo de esa base de nula: comercialidad, el hecho de que el corto tenga posibilidades de venta en dos cadenas de televisión (Canal Plus y La 2), de que se organicen festivales dedicados a ese metraje y de que algunos, los mejores, se exhiban en las salas le parece más que suficiente a Fesser, "teniendo en cuenta, repito, que no tiene un formato comercial y de que nadie paga por ver un corto antes de una película".

Una opinión que sabe no demasiado compartida en el mundo del corto, excepto si se trata de Juan Calvo, navarro de 29 años y director de Hotel Oasis, su último corto, rodado en Los Ángeles en una semana y con un presupuesto de 2,5 millones de pesetas. Lo tiene todo bastante claro Juan Calvo. "El mundo de los cortos avanza bien y se iguala en cantidad y calidad; sin embargo, hay algunos que no son sólo malos, sino incluso penosos", dice Calvo, para quien el cortometrajista no tiene derecho implícito a que sea su trabajo si no goza de cierta calidad. "Yo he hecho unos cortos infumables. Uno de los cánceres que tiene el cortometrajista en España es que habla más de derechos que de obligaciones. Hay que luchar por los derechos, que son más ayuda y más exhibición, pero las obligaciones son que hay que realizar mejores guiones, que hay que cuidar el montaje y que hay que trabajar en él como si fuera un largo", añade Calvo, quien, al igual que Fesser, trabaja ya en su primer filme.

¿Qué desgracia arrastramos?", se pregunta Juan Vicente Córdoba, uno de los miembros de Samarkanda, que ha producido nueve cortos y un primer largo (Alma gitana, de Chús Gutiérrez) en ocho años de existencia. "Que los cortos no se exhiben en las salas porque no dan dinero y la publicidad sí. Es una lucha difícil y no hay manera de solventarlo", se resigna Córdoba.

Miguel Bardem es el último premio Goya al mejor corto, La madre. Es su primer y último corto, aunque crea que "cuanto más tiempo esté uno haciendo cortos, mejor", y prepara ya su primer largometraje, producido por Fernando Colomo. Bardem, dice que tenía que hacer un corto por narices, y así lo hizo, pero tiene igual de claro que el corto "no es un sitio para quedarse".

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