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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cerco a Irán

LA DIFÍCIL relación de Irán con Occidente ha tomado en las últimas semanas un súbito giro a peor. Claro está que tras el creciente cerco a Irán se encuentra la voluntad especial de Estados Unidos e Israel, que acusan abiertamente a Teherán de apoyo al terrorismo internacional, y muy en concreto al de, Oriente Próximo, contra el proceso de paz palestino-israelí.El viernes de la semana pasada, por añadidura, la justicia alemana vino a sumarse a la ofensiva con una iniciativa poco común: el Supremo dictó una orden de busca y captura contra el ministro iraní de Seguridad -Alí Fallahian, jefe de los servicios secretos- por el asesinato, acaecido en Berlín en 1992, de tres políticos kurdos exiliados y un intérprete.El Gobierno, iraní ha negado siempre cualquier proclividad en ese sentido y condena sistemáticamente las acciones del terrorismo en el mundo entero, pero siempre con la salvedad de que hay terrorismos y terrorismos. Para Teherán, los atentados de Hamás contra objetivos israelíes no son terroristas porque responden a la ocupación israelí de la tierra palestina. Y la prensa oficial o leal al régimen iraní aplaude con entusiasmo todos y cada uno de los atentados de Hamás que últimamente han puesto el proceso de paz en Oriente Próximo al borde del colapso.

Paralelamente, el secretario de Estado norteamericano, Warren Christopher, anunciaba el pasado fin de semana la convocatoria de una segunda asamblea antiterrorista, como la de Sharm el Sheijk, a celebrar el próximo día 28 en Washington, con la que se pretende dar efectividad a las resoluciones de la improvisada cumbre egipcia. Christopher insiste en que Estados Unidos se esforzará en convencer a sus aliados en Europa y Asia de que endurezcan su política hacia Irán para erigirlo en enemigo público número uno de la convivencia internacional.

En el fondo de esta ofensiva subyacen dos escuelas de pensamiento. La norteamericano-israelí, que ve en Irán un adversario coriáceo a la paz en Palestina y, sobre todo p ara Washington, un poder islámico-nacionalista que hace del fanatismo, un arma de tensión internacional. Y la de la Unión Europea, con la salvedad británica, que opta por lo que llama el diálogo crítico con el régimen islámico, pensando que del aislamiento de Teherán sólo pueden beneficiarse los más radicales del islamismo. El que entre las motivaciones europeas figuren imperativos comerciales no resta algún mérito a esta última posición.

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El juego por el poder en Teherán, por otra parte, ha librado su última partida en las recientes elecciones legislativas del país, por las que, a salvo de, información más precisa sobre la composición definitiva del Majlis (Parlamento), retiene la mayoría el partido clerical de los conservadores -es decir, los duros en materia de relación exterior-, aunque los llamados tecnócratas o modernistas, también islámicos, pero mucho más abiertos al mundo, han mejorado algo sus posiciones. El líder de estos últimos es el propio presidente Alí Akbar Rafsanyani, que desea proseguir ese complejo. diálogo con Europa.

Pero sí Irán quiere integrarse plenamente en el concierto internacional y despojar de argumentos a quienes insisten en cercar al régimen islámico, lo que tiene que hacer es cegar posibles vías de apoyo a Hamás y a otros grupos, condenar sin ambages cualquier terrorismo y ampliar las bases de actuación política en su propio país, único sistema seguro para que no haya exiliados iraníes en el exterior.

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