El hipódromo, en estado crítico
El hipódromo de Madrid vuelve a estar en crisis. Desde hace más de un lustro es como esos enfermos que nunca se reponen del todo, en quienes toda mejoría es presagio de un próximo agravamiento y cuyos ataques siempre parecen a los sufridos deudos el último y fatal. Hasta que uno lo sea de verdad, claro está.Cuando Enrique Sarasola se hizo cargo del establecimiento, los viejos aficionados quisimos suponer que los cambios que empezaron a producirse -aunque trastornaban nuestros gustos anclados en un pretérito más glorioso- serían finalmente provechosos para el deporte del purasangre. ¿Que se despidió al veterano voceador de toda la vida, que vendía los programas y chucherías para niños a la puerta del hipódromo, cuyo eterno grito casi anguiteño de "¡programa, programa!" era ya para nosotros el humilde clarín que anunciaba el comienzo de la tarde ilusionada, y se le sustituyó por unas señoritas uniformadas iguales a esas señoritas uniformadas que hay en todas partes y que son, junto a la música ambiental, una de las plagas de la modernidad? Pues, en fin, que sea para bien. ¿Que se cubrieron las gradas de la espléndida tribuna de Torroja con unos asientos verdes notablemente superfluos sin otra utilidad que reducir en más de un tercio las plazas disponibles, dificultar el acceso a ellas y propiciar la inmovilidad de esos neófitos que dicen "lo aburrido de esto es lo que tardan entre carrera y carrera"? Démoslo por bueno, si así mejoran las cosas. ¿Que nos marean por los altavoces con música ambiental -véase, ut supra, en "señoritas uniformadas"- y con anuncios y con el parloteo incesante de un comentarista / entrevistador al que no hay forma de escuchar en el supuesto de que alguie quisiera escucharle? No seamos quisquiIllosos, habrá a quien le guste. ¿Que un enloquecido mailing desparrama multitud de invitaciones gratuitas al hipódromo entre quienes nunca antes habían venido ni vendrán sin ellas, de tal suerte que los pocos aficionados clásicos que han de pagar entrada se sienten ridículos y ofendidos? Bueno, mendigaremos a la puerta cuando llegue la riada, alguien nos dará la que le sobre. ¿Que la QH se convierte en un auténtico jeroglífico, imposible de acertar para quien sabe de caballos y mucho menos rentable que la, Lotería Primitiva para quien no sabe, mientras se quedan vacías las taquillas de apuestas del hipódromo, en las que hace pocos años se formaban largas colas? Alguna ventaja tendrá todo esto, ya han llamado a Miguel Durán, el de la ONCE. ¿Que para potenciar el restaurante se adelanta la hora de las carreras a las tres de la tarde -¡en domingo!- fastidiándonos la comida familiar y dejándonos colgados a las 17.30 sin remedio? Pues no comeremos, romperemos con la familia y luego nos iremos al cine. ¿Que se suprime sin dar explicaciones el Gran Premio de Madrid, cumbre del calendario hípico y la única prueba que venía realizándose con continuidad durante los últimos 75 años? Pues será para bien.... ¿será para bien? ¿Puede ser todo esto para bien?
Pues no, no lo ha sido. Enrique Sarasola, tras invertir muchos millones aportando a veces cosas buenas (la gran pantalla para seguir el recorrido de cada prueba, por ejemplo), se ha dejado aconsejar en lo esencial por los menos listos o los más aprovechados. Las carreras de caballos nunca serán un negocio para hacerse rico rápidamente, pero pueden ser rentables a medio plazo si se las gestiona con cordura, sobre todo cuando se cuenta con un precioso hipódromo situado muy cerca de la capital. Los beneficios tienen que basarse en el espectáculo mismo de los purasangre, no en bares o restaurantes que pueden ser un complemento pero nunca lo esencial; y hay que ir atrayendo un público de aficionados potenciales, no un rebaño de invitados eventuales que vienen hoy y no vuelven mañana. Hay que incentivar el juego en el hipódromo, no sólo la apuesta externa. La publicidad en medios informativos de Madrid es imprescindible: el pasado noviembre, el anuncio en vanos diarios del duelo Partipral-Madrileño en el Memorial triplicó ese domingo la asistencia. Sólo con un adecuado eco en los medios se conseguirán patrocinadores para los premios destacados. Y quizá haya que plantearse agilizar la gestión del hipódromo mismo, lastrada hoy por una engorrosa burocracia heredada de tiempos pretéritos. No se debe olvidar, por otra. parte, que la materia prima a mimar es la cría caballar y que los pequeños propietarios son el soporte imprescindible de ésta.
Resulta paradójico: el hipódromo de Madrid agoniza, poniendo en peligro la subsistencia de medio millar de familias y aniquilando una tradición deportiva de muchos años, en el momento de mayor auge del interés por lo hípico. Pues no todos los purasangre agotan su vida en los hipódromos y en la reproducción, sino que pueden proseguirla como caballos de picadero, de paseo, de turismo hípico y en otras formas para las que hay cada vez mayor demanda en estos tiempos ecológicos. Quizá la presidencia de la comunidad deba echamos una mano, aunque comprendo que la palabra "caballo" será para Ruiz-Gallardón como mencionar el relincho en la cuadra del coceado. Pero es persona inteligente y debe saber que un hipódromo pujante puede hacer sonar el nombre, de Madrid en muchos más ámbitos que Atlanta y durante más tiempo. A partir de 1998 empezará quizá a disputarse la Breeder's Cup europea, cada año en un país: ¿por qué no podría disputarse en la Zarzuela el año 2001, con permiso de Kubrick? En cualquier caso, algunos aficionados estamos dispuestos a colaborar en lo que haga falta para que nuestro enfermo crónico sane de una buena vez.
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