A salvar la paz, a salvar la campaña
Un anuncio de la campaña electoral de Bill Clinton muestra al presidente norteamericano junto a Isaac Rabin y Yasir Arafat en el momento solemne en el que ambos estrecharon por primera vez sus manos en la Casa Blanca en septiembre de 1993. Con esa famosa imagen Clinton intenta recordar a los votantes sus cualidades de estadista y líder internacional. Pero el primer ministro israelí fue después asesinado por un extremista judío, el presidente palestino vive jornadas amargas de guerra contra sus propios extremistas y todo el proceso de paz en Oriente Próximo se encuentra estos días frente al precipicio.Bill Clinton llega hoy a la región con intención de salvar ese proceso y, al mismo tiempo, salvar su política exterior y su propia presidencia, que consiguió consolidarse en el último año gracias, en buena parte, a los éxitos logrados en la arena internacional. En la cúspide de su popularidad, durante su discurso, en enero, sobre el estado de la Unión, Clinton definió a Estados Unidos como "el mejor pacificador del mundo". El presidente tiene ahora que renovar la validez de ese título para que la política exterior no termine volviendose contra él.
A menos de ocho meses de la elecciones presidenciales norteamericanas, Clinton no sólo tiene que volver a encarrilar el tambaleante proceso de Oriente Próximo, sino resucitar la negociación en Irlanda del Norte, donde el IRA rompió en febrero un alto el fuego de 17 meses, y hacer frente al nuevo desafío de China, que ha incrementado su amenaza militar contra Taiwan. Al mismo tiempo, en la Casa Blanca cruzan los dedos para que resistan hasta noviembre los frágiles acuerdos para la Pacificación de Bosnia y para la democratización de Haití, así corno para que ninguna sorpresa actualice la tensión, con Cuba, donde Washington tiene pocas cartas más que jugar.
Aunque la política exterior no es un asunto fundamental de debate entre los electores norteamericanos, sí es una medida del liderazgo de los candidatos. Clinton ha utilizado la política exterior para demostrar la tendencia aislacionista y retrógrada de sus rivales republicanos. Bob Dole, el principal aspirante de la oposición, exhibe su experiencia como una garantía de su capacidad para afrontar las nuevas amenazas contra la seguridad de Estados Unidos.
"Los norteamericanos no prestan habitualmente mucha atención a la política exterior. Pero si las cosas van mal, realmente mal, la larga experiencia de Dole, su interés en los asuntos internacionales, sus heridas en la Segunda Guerra Mundial y todo eso pueden jugar un importante papel en esta campaña", afirma Bárbara Kellerman, profesora de Ciencia Política en la Universidad Farleigh Dickinson, en New Jersey.
Los peores momentos de la presidencia de Clinton coincidieron con sus peores reveses en política exterior (Somalia y Haití), y su etapa más dulce ha coincidido también con los éxitos internacionales que le hicieron parecer firme en la defensa de sus principios, incluida la decisión de enviar tropas a Bosnia a pesar de la resistencia de los republicanos.
Una cadena de fracasos ahora podría abrir de, nuevo en la presidencia de Clinton un flanco sobre el que sus rivales pudieran atacar. Tanto la situación en Oriente Próximo como la tensión entre China y Taiwan le colocan ante el peligro de aparecer débil ante el electorado.
Los republicanos han criticado ya al presidente por no presionar con suficiente energía a Yasir Arafat para que acabe con los líderes de la organización islamista Hamás. Y también han aparecido ya críticas a la Casa Blanca por el trato que se da a China. Mientras el consejero nacional de Seguridad, Anthony Lake, ha anunciado que la Administración -cumpliendo con la política que se decidió al respecto- no pedirá sanciones contra China por la crisis en el estrecho de Formosa, en el Congreso crece la tendencia a suspender la cláusula de nación más favorecida que le permite a China comerciar con Estados Unidos en condiciones favorables.
Si una buena política exterior no es suficiente para ganar unas elecciones, una imagen de debilidad en el manejo de esa política es desastrosa para conseguir la reelección. Ese principio estaba, seguramente, en la mente de Clinton cuando decidió respaldar la ley para reforzar el embargo a Cuba. Ese mismo principio ha llevado a la Casa Blanca a volver a poner límites a las actividades del Sinn Fein en territorio norteamericano, y le puede llevar también a apretar la tuerca contra Arafat y contra Irán como respuesta a la crisis de Oriente Próximo.
Con ello, el papel de pacificador del que Clinton presumía hace sólo dos meses puede verse en peligro.
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