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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cine grande, complejo, adulto

Éxtasis

Dirección: Mariano Barroso.

Guión: Barroso y Joaquín Oristrell. Fotografía: Flavio Martínez. Música: Mendizábal y Suárez Alba. España, 1996. Intérpretes: Javier Bardem, Federico Luppi, Silvia Munt, Daniel Guzmán, Leire Berrocal.

Madrid: cines Acteón, Duplex, Canciller, Roxi B, Princesa, Renoir (Cuatro Caminos), Gran Vía y Vaguada.

Un rey (cuyo nombre no quiero recordar) tenía un lacayo (cuyo nombre no recuerdo) tan astuto jugador de billar que colocaba siempre las bolas en lugar infalible para que su monarca (que era un manazas) hiciera carambola. Dicen que de ahí proviene lo de Ponérselas como a..., que unos completan con Felipe II; otros, con Carlos III; otros, con Fernando VII, y otros, con otros números: todos aciertan, lo que viene a cuento de que hay directores de películas que se comportan como reyes tiralevitas de sí mismos y se ponen las carambolas tan fáciles como aquel perro a su amo.Ver con los ojos cargados de los viejos contempladores de películas cómo algunos directores se ponen a sí mismos (dando a entender lo contrario) la carambola hecha, es un desvelamiento, que viene en contraste) a la medida, de Éxtasis, pues este filme desvela un verdadero -por que convierte en generosidad el poder que conlleva filmar- director de cine: Mariano Barro so, que tiene mucho qué decir y lo dice cediendo la palabra a los demás, creando libertad en ellos, sin vestir de difíciles las carambolas fáciles y ejecutando con facilidad la más difícil de todas: dirigir actores. No abunda esta stirpe de creadores de cine y no es fácil distinguirlos de los que convierten en utensilios de autocoronación a quienes dan rostro al filme, porque es distintivo suyo camuflar el autoencumbramiento detrás de una falsa y estudiada humildad.

Éxtasis es el primer trabajo adulto del hasta ahora prometedor director de Mi hermano del alma. Agarra por los cuernos un asunto complejo -nada menos que el mito de Segismundo, que alimenta La vida es sueño, de Calderón- dando cara a la línea de mayor resistencia del duro entramado de pasiones que arrastra. Ante tan resistente materia argumental, Barroso doma su tentación de ser dios y baja a defender a los hombres: cede la batuta al intérprete, cuya superioridad en este juego reside en que se juega el pellejo y no simplemente el lápiz. El triángulo -trazado por Oristrell, escritor curtido, que sabe dar consistencia a embolados- que Barroso proporciona a Federico Luppi, Silvia Munt y Javier Bardem es cine de dificultad poco conocida aquí, donde las deficiencias de dirección de actores son endémicas.

En Extasis no hay esta carencia, pues sólo se entra en el filme si se percibe el adueñamiento de la escena- que despide la libertad de creación que su director da a los tres rostros que tiene ante la cámara. Barroso asume así la impagable deuda que la pantalla tiene con el teatro, que hay quienes ignoran o menosprecian, unas veces por empacho de mal cahierismo y otras por incapacidad para averiguar de dónde procede la sustancia del cine dirigido por Kazan, Cukor,Dreyer, Lubitsch, Welles, Murnau, Eisenstein, Mamoulian,. Bergman, Renoir, Lang, Preminger, Sirk, Ray, Kurosawa e incontables más nunca (por nadie) superados en el territorio de la exploración de un rostro humano libre.

Desequilibrio de reparto

Pero Barroso conoce esa sustancia, pese a que incurre en altibajos (no muy pronunciados) y que no impide (esto es más grave: un desequilbrio de reparto) el exceso de distancia que hay entre al trío protagonista y los actores corales, lo que hace sospechar que le quedan cosas que aprender y caminos donde tropezar, que es la única manera de aprender esas cosas.

Pero algo esencial atiborra la pantalla: lo que quiere contar, y cuenta, requiere aristócratas del oficio de actuar, que son dirigidos por un cineasta de fuste, que conoce la soledad inerme del actor sobre la escena y que acata la jerarquía que se deriva del mayor riesgo moral (y por tanto estético) que afronta ante una cámara. Luppi y Munt son ya dueños de sí mismos, y Bardem (al que falta una lima de años para serlo enteramente) se crece con tan gran talento, que en destellos incluso tira de ellos, lo que son palabras mayores. Y basta este bordado de intérpretes para sostener un filme cuyo valor debe medirse no sólo por su intensidad y belleza, sino también por la dificultad que requiere lograrlas.

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